Tomo el encendedor rojo de la mesa, de entre el cenicero lleno de colillas y las botellas vacías. El pequeño compañero metálico, con el que disfruto tanto chingarme los pulmones hace un clic al cerrarse y lo guardo en el bolsillo interior de mi chaqueta de piel. Orgulloso regalo de la bella mujer que se acerca, en su triunfal retorno del baño de mujeres. Nina.

Esta visión de rojo desliza sus piernas largas en cuidadosos pasos hacia mí, tratando de disimular que ha bebido un poco más de lo que la razón indica – yo ando también mareado-. Pasa por detrás de mí y, mientras lo hace acaricia mi pelo. Siento su mano fría y húmeda sobre la parte de atrás de mi cuello – bueno al menos sé que se lavó las manos -, se sienta a mi izquierda, lleva sus labios rojos a mi oreja y la besa, seguido de dos pequeños besos en mi cuello. Lleva su mano izquierda a mi pierna. La sube lentamente, acariciando la mezclilla de mi muslo, hasta llegar a la entrepierna.

Absolutamente todo alrededor de mi se detiene. La volteo a ver a los ojos para descubrir sus intenciones.

Me desea. Se queda viendo fijamente mis labios, mientras muerde los suyos. La conozco, se leerla bien. Me desea. Yo también la deseo.

- ¿Nos vamos?- me dice.

Me quedo en blanco un instante. Hay en la pared, un póster iluminado con neón de Marilyn Monroe. Pienso en todos y cada uno de los aspectos que contextúan esta pregunta. ¿Eso significa que me quiere ya? Si –me lo dice su mano apretando más fuerte-, ¿Traigo condones? Si. ¿A dónde me la llevo? No traigo dinero como para un motel, ni modo, al parque de la fuente. ¿Traigo calzones decentes? No lo sé, espero no le importe.

- ¿Entonces?- quiere una respuesta.

Me paro, mi silla se cae, me tomo lo que queda de la corona y azoto la botella en la mesa.

- Vámonos…-

La tomo de la mano y salimos corriendo, le aviento unos billetes al cantinero (eran de 100, creo).

- ¡Graciaaaaaaasss!…- alcanza Nina a decirle entre risas al cantinero mientras corremos a la salida.

Al salir la tomo entre mis brazos y nos carcajeamos. Nuestras miradas y respiraciones se topan, las muy cabronas decidieron silenciar la simplonería y reemplazarla con un beso.

Esta ciudad gira alrededor de nosotros y nos envidia. Los faros de luz nos hacen reverencia, resignados a quedarse solos, suspiran al vernos caminar hacia mi pick-up.

El parque de la fuente es un secreto que descubrimos un día buscando un lugar donde tomarnos unas cervezas a gusto. Se encuentra en medio de dos complejos departamentales de lujo, en ellos, jóvenes profesionistas o solterones, demasiado involucrados en sus propios proyectos como para notar a un par de idiotas embriagándose en el parque. Nos brinda de privacidad, oscuridad y la belleza de la naturaleza.

En medio de este parque hay una fuente. Como una hermosa mujer que ha envejecido, erosionada por la vida y olvidada por la urbanización. No corre agua por ella pero la usamos de cenicero y hielera cuando venimos aquí. El parque también tiene una pareja muy mona de columpios viejos, de madera hinchada y soga triste. Imposible columpiarte ya que solo tocar la soga raspa y pica. También hay un montón banquitas de lamina y árboles altos, perfectos para ocultar indecencias tras de ellos.

Me estaciono frente al parque y apago el motor. Prendo el radio. Hay un especial de Beatles en la estación de las oldies. La volteo a ver. Desabrocho mi cinturón de seguridad. Desabrocho el de ella. Me acerco a ella. La subo a mis piernas y la empiezo a besar. Empiezo por su boca, meto mi lengua por de entre sus dientes, ella muerde mi labio inferior. Mete con fuerza sus dedos entre mi cabello y suspira. Desabotono el saco con el que se cubría, y encuentro su pecho precipitado con respiración, sus senos se híper ventilan igual que el latido de su corazón. Recorro un camino de besos desde su yugular hasta la línea de su escote.

Bajo su vestido descubriendo sus pechos. Ella desabotona mi pantalón y baja la bragueta. Nos recostamos sobre el asiento. El frío y el sexo empañaron el parabrisas.
Sudor y respiraciones. Sonidos y sensaciones. Está sobre mi, recarga su mano sobre mi pecho y encaja sus uñas. Duele pero continúo. Es hermosa. La amo, es la verdad, quiero pasar mi vida con ella.

De pronto…

Oigo un ruido que no es del radio. El sonido de un motor que se apaga. Le pido a Nina que se detenga, ella asustada suspira y se tapa.

- Oigo puertas cerrarse- le digo, -vístete, rápido.

Mientras tratamos de identificar que es que (de nuestra ropa), la luz de una linterna alumbra las empañadas ventanas. Le siguieron tres golpes en el vidrio. Toc. Toc. Toc…

- Un momento por favor…- replico apenado.

Los muy cabrones, a pesar de mi petición, abren la puerta. Cinco militares, todos con metralletas. Me llama la atención el revolver plateado de uno, muy fino como para un militar.

- Bájese por favor y pase a la parte posterior de la camioneta…- me indica el capitán.
- No te preocupes, ahí vengo de volada…- le digo a Nina, esperando borrar la cara de espanto de su cara.

Asiente con su cara. Me paso a la parte de atrás donde me catean para ver que no tenga armas. Veo como se queda abierta la puerta de mi camioneta, y adentro, Nina, aterrada. Con el vestido medio puesto. Un raso parado en la puerta le ve las piernas.

- ¡Hey! ¡Hey pendejo! ¡¿Qué chingados te pasa?!- le grito al raso, me ignora.

El hijo de puta se mete a la camioneta. Nina grita mi nombre desesperada.

- ¡Ninaaaaaa!-

Trato de correr a ella, no termino de dar medio paso cuando siento la culata del rifle pegarme en la nuca. Caigo desplomado sobre el pavimento.

Lo último que alcance a ver antes del segundo culatazo que me bateo el conocimiento, fue ver el cuerpo de Nina caer a unos pasos de mí. Sigue gritando. Los hijos de su puta madre la sacaron a la fuerza. No puede cubrirse más y la arrastran semidesnuda hacia los árboles…

Entonces lo recibo, el golpe que me deja inconsciente.