SANGRE EN LA CARA
( TEXTO SIN CATALOGAR )
No os asustéis. Aunque lo pudiera parecer, el título de esta reflexión no va de gore ni de truculencias al uso en esta época que nos ha tocado vivir. Reconozco, y pido perdón por ello, que el título es un señuelo para atraer a lectores despistados; los lectores fieles, habituales, se que antes o después pasaran por mi sitio y compartirán conmigo estas letras.
La cosa va más de rubor (nombre), arrebolar (verbo) y sonrojado/a ( adjetivo). Trato de abordar la situación que se produce cuando alguien se ruboriza y los mecanismos interiores que desencadenan el sonrojo (pensamientos sobre todo, también sensaciones) Y, como se trata de un texto que pretende ser literario y yo un aspirante a escritor, creo que la mejor manera de hacerlo es mediante un ejercicio de ejemplificación con escenas o pinceladas narrativas.
Los adolescentes al salir del colegio se dirigieron al parque cercano. Caminaban a la par hablando de sus cosas y, poco a poco, se internaron por sendas alfombradas de hojas que los alejaban del camino principal. El muchacho se paró y giró la cabeza tratando de confirmar que estaban solos. Quedaron frente a frente y, con un rápido movimiento, tomo la mano de la niña que en un primer momento trató de retirarla sin conseguirlo. En un instante, algo prendió en su interior como si una mano invisible hubiera acercado una cerilla al combustible de sus sentimientos. La lengua de fuego le quemó el pecho y la garganta y le secó la natural humedad de su boca. Un pincel invisible cambió el color de sus mejillas, antes sonrosadas, en un rojo de sangre oscura
Evidentemente la chiquilla “ocultaba” la atracción que sentía por su compañero de clase. La situación vivida la había puesto en una tesitura desconocida e inesperada. Aunque una parte de sí la impelía a seguir manteniendo su secreto, otra, la mas primitiva, había escapado de su control y trasmitido de alguna manera lo que “en realidad” sentía. ¿Es el hecho de ocultar lo que genera la reacción física, o, es ésta una forma inconsciente de expresar lo que no se quiere decir?
Juanito, cerró la revista de un portazo. Pamela Andersson, como casi todas las tardes, le guiñó el ojo y de sus labios brotó un “vamos” sugerente. La siguió en su contoneo por el pasillo que lo llevaría directamente al cielo. Cerró con pestillo la puerta del servicio y con la misma ansiosa prontitud que cuando una descomposición del cuerpo te lanza a toda marcha hacia la tapa del inodoro, asentó sus posaderas en el váter. Sintió la verga hiniesta, pidiéndole ya, como si tuviera pensamiento propio, que iniciara el rítmico meneo, trasunto casi real del movimiento de caderas de la artista de su devoción. La foto imaginada, o quizá fuera una película, de la mujer deseada, cabalgando sobre él, se acompasaba a los movimientos de su mano, ducha ya en encontrar el grado de presión y los ritmos más placenteros.
--Juanito, quieres sacar la basura de una vez.
--Ahora no puedo. Iré después.
Otras veces esa respuesta había sido suficiente, pero los fuertes golpes en la puerta indicaban que, esta vez, su madre no iba a permitirle ni un minuto más.
--O abres o tiro la puerta abajo.
Estaba a punto de caramelo y ni contestó. Su miembro por fin escupió sobre el papel el líquido sagrado de la vida, y Pamela se esfumó deprisa como una amante secreta a punto de ser descubierta. Se subió los pantalones y abrió la puerta.
--Estas rojo como un tomate. Estarías haciendo guarrerías. Anda, ve a bajar la basura.
El rojo bermellón de su cara no dejaba lugar a dudas. ¿Qué podía estar haciendo un adolescente en el cuarto de baño para ruborizarse de esa manera? Algo íntimo, oculto, y “malo” naturalmente, porque si en realidad hubiera estado haciendo de vientre no tenía porque haberse puesto así. En una sociedad abierta, tolerante, sin complejo de culpas en cuanto al sexo, la escena podría haber sido otra:
--Mamá, me estoy masturbando. En cuanto termine te bajo la basura.
--No te preocupes, hijo, acaba con tranquilidad, pero que no se te olvide.
Pero vamos a cambiar de tercio que no siempre el sonrojo tiene que ver con el amor o con el sexo. No quiero parecer monotemático.
El paraninfo de la pequeña universidad de provincias estaba lleno hasta la bandera. El Catedrático de Derecho Administrativo de la Complutense, máxima autoridad en urbanismo, había dictado su conferencia magistral sobre el futuro de la ciudad mediterránea. Había dejado claro que en su opinión había que volver a la urbe tradicional, más apelmazada y más alta, pero más cómoda para sus habitantes y mucho más respetuosa con el medio ambiente al evitar desplazamientos innecesarios con el consiguiente ahorro, y no invadir en exceso el medio rural.
Cuando el Decano abrió el coloquio, un joven bajito y con gafas pidió la palabra:
--Profesor, ¿Cómo explica usted su cambio de posición respectó de lo que defendió en su tesis doctoral “Nuevas urbanizaciones y conurbaciones. De la ciudad al campo”, escrita en 1965 cuando comenzó el desarrollismo y, desde entonces, puesta en práctica por su prestigioso bufete durante décadas?
El Decano fue el único que se dio de cuenta del color amapola que, como un velo, se aposentó en la cara del insigne catedrático.
--Abrevie, por favor..
--¿No es cierto que ya es tarde para buscar soluciones? ¿No es cierto que ya en 1975 se dio cuenta de que ese camino llevaba al desastre – se puede comprobar en su artículo de ese año en la Revista “La arquitectura, hoy”- y su despacho siguió aplicando durante años una teoría equivocada?
Un aplauso cerrado de la concurrencia resonó en la sala.
--- El urbanismo es una ciencia en constante evolución…y bla, bla, bla…
Aquel joven estudiante había desenmascarado al prócer. Lo había dejado desnudo y “avergonzado “ante el auditorio. Fueron solo unos segundos, pero, durante un momento, al conferenciante se le arreboló la faz. Después, las tablas y los conocimientos le sirvieron para salir del paso. En su fuero interno, era consciente de que el joven tenía razón, de que le había puesto delante de las narices los fantasmas que aún hoy le quitaban el sueño.
No quiero aburrir más al lector, ni sacar conclusiones que corresponden más a los psicólogos. Si algún lector se atreve que lo haga. Para no cansar más os dejo con el último ejemplo.
Era ya de madrugada y los dedos se deslizaban por el teclado a gran velocidad, como los patines sobre el hielo. Se había propuesto acabar aquel texto que no sabia catalogar de una puñetera vez.
--- No le des más vueltas. No tiene arreglo. Léelo entero y que se quede como está. Al fin y al cabo es tu criatura. No tienes porqué avergonzarte de ella.
Al terminar la lectura, fatigado, derivó la mirada desde las letras hacia los márgenes de la pantalla donde la luz del flexo, como un espejo oscuro, reflejaba su propia cara. Observó, al tiempo que le sudaban las manos, que en sus pómulos se había instalado un color violáceo, como el de los muertos.
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