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El día de la inauguración fue de locos.
Poner en marcha un hotel no es pavada y sobre todo uno de esta categoría. Como proyectista de la obra no tuve respiro durante un mes con los preparativos y a esta altura de los acontecimientos, lo único que quería era inaugurar, dar todas las manos que tenía que dar, besar a todos los que tenía que besar y sobre todo irme a mi casa a dormir.
Vagué por los salones sonriendo, con una copa en la mano que se fue vaciando lentamente. Traté de apartarme por un momento para contestar el celular y me quedé detrás de una infaltable palmera que me habían reclamado como imprescindible en el hall.
Atendí el llamado, colgué y cuando de mala gana decidí retomar los saludos me encontré con Próspero.
Me saludó con expresión de póker y me preocupé al instante por verlo allí. Pregunté si había problemas y me contestó que no, que todo andaba bien y que el aire acondicionado funcionaba como una seda. Consulté por el hidroneumático, la fuente ornamental y la escultura móvil de la entrada y todo funcionaba a la perfección.
Entonces le pregunté por qué me buscaba.
Me contestó que la 1956 había vuelto a manifestar el problemita de la “singularidad” y que me venía a consultar qué hacía.
Me quedé helado y sin saber que decirle, lo agarré del brazo y nos metimos a al ascensor para subir hasta el piso nueve.
Ya frente a la 1956, nos miramos. Próspero me animó a entrar entonces abrí la puerta.
Cuando traspusimos el umbral tuvimos que agarrarnos el uno al otro para no caernos. Asomados como dos pichones sobre un nido, a nuestros pies se extendía en toda su majestuosidad, el Gran Cañón del Colorado.
Según Próspero, cuando había revisado la habitación hacía media hora, habían sido las Cataratas del Iguazú y antes, mientras probaba las luces del piso, el valle del Nilo.
Dimos la vuelta y nos volvimos al pasillo, desde allí, el marco de la puerta dejaba entrar el sol del desierto y la tierra roja del Cañón, contrastaba con el azul absoluto del cielo.
Próspero me comentó que le habían gustado más las Cataratas.
Qué hacemos con esto, me pregunté; mientras el capataz se asomaba al vacío y me señalaba un águila calva que cruzaba el abismo.
Clausurarla era una posibilidad que duraría poco. Promocionarla tal vez traería problemas.
Pensé en poner un cristal fijo y fingir un holograma permanente o decir que era un plasma de altísima definición.
Próspero me aclaró que si no se cerraba la puerta, el paisaje no cambiaba y que cuando fueron las Cataratas del Niágara y la puerta quedó abierta, se metió agua al pasillo y hubo que levantar la alfombra.
Recordamos los problemas con el aire acondicionado cuando fue la Antártida y el tema con el sistema anti incendios cuando fueron los volcanes de Hawaii.
Siempre me pareció interesante la propuesta del proveedor, pero esto se me iba de las manos y me generaba más trastornos que beneficios; para colmo, el administrador del hotel llevaba seis llamados al celular desde que me había ido de la recepción.
Caminé por el pasillo unos metros, pensé, recibí la séptima llamada del administrador y tomé una decisión. Le pedí a Próspero que sacara el marco y la puerta y que repusiera una normal como la de las otras habitaciones. El capataz me miró con pena pero agregó un “en seguida” de resignación. Esa tarde sacamos el marco y la puerta, la cargamos a la camioneta y la llevamos de vuelta a la fábrica.
El proveedor entendió los conflictos pero defendió el producto a pesar de la imposibilidad de controlar los efectos; acordamos cambiar la “Wonder-worldgate 1.0 Instamatic” por algunos accesorios para compensar el costo y nos dispusimos a partir.
En el último minuto antes de subir a la camioneta, el proveedor salió a las apuradas del local y nos alcanzó.
Con sonrisa de vendedor infalible y un folleto explicativo en la mano, nos propuso cambiar la Wonder por otro producto reciente que seguro nos encantaría.
De vuelta de la fábrica, en silencio con mi capataz y la caja de la camioneta cargada de ceniceros de pie, secamanos de pared, dispenser de jabón líquido y otras estupideces; saqué la última conclusión y me relajé el resto del viaje.
Instalar la versión actualizada de la Wonder, con posibilidades de asomarnos a los selectos paisajes de Ganimedes, Venus, Marte y la Luna, era definitivamente mi candidatura al despido.
A próspero le pareció fantástica la foto el cráter Tycho, pero por la cara que le puse, arrugó el folleto y lo tiró por la ventanilla. |