El tren catorce
No había sido una buena noche, el temporal de viento y lluvia que comenzó el viernes no amainó, hasta la madrugada del domingo, el sonido del viento y del agua sobre el techo no me había dejado conciliar el sueño, por lo que apenas hubo algo de claridad, me levanté, con el propósito de amasar un poco de pan que ya escaseaba.
Ni mi mujer, ni mi hija, me sintieron salir del dormitorio y después del aseo matutino, entrar a la cocina, que como se acostumbra en el sur está separada de la casa principal por un angosto pasillo, la agradable tibieza que aun guardaba la económica a leña, me hizo estremecer, la cargué con maderos secos y aticé el fuego, hasta que el zumbar ronco del tiraje me anunció que ya estaba listo.
Poco a poco la habitación fue tomando temperatura, arremangué mi camisa e inicié la tarea de amasar un par de kilos de harina con los que logré cuatro tortillas, que deje liudar por algún tiempo hasta que fueron convirtiéndose en esponjoso y blando alimento. Por entre las nubes quebradas ya se filtraban algunos rayos de sol, cuando saqué la ultima tortilla del horno, y llevé el desayuno a mi hija y mi mujer, que sorprendidas, me retribuyeron con una hermosa sonrisa.
El pueblo de Laja está enclavado entre una serie de colinas, por lo que, todas las calles están diseñadas con curvas, bajadas y subidas, la avenida principal es la única que no tiene diferencias de nivel, recorre el pueblo a todo lo largo, entra por el norte y después de veinte cuadras termina en la entrada de la fábrica de celulosa, el motor económico de la comarca, en esta avenida se concentra la mayor parte del comercio y oficinas de servicio público, y muy cerca hacia el sur la estación de ferrocarriles
La plaza principal del pueblo queda a los pies de una colina, en cuya cima y dominando todo el paisaje, esta el hospital, desde ahí se deben bajar zigzagueando treinta y dos escalones para desembocar en un hermoso dibujo que entre tilos, castaños y un estanque con peces de colores da al entorno una sensación de quietud exquisita.
Después de desayunar, salí de la casa con destino a la estación, el sol aun le peleaba el cielo a las nubes, que desmembradas y convertidas en un rebaño de ovejas blancas se retiraban lentamente hacia el norte, arrastradas por una ligera y fresca brisa. Sin hacer frio, la mañana estaba fresca y el olor a tierra mojada, el reflejo del cielo en las posas de la orilla del camino, mas el aroma del pan recién horneado, hacia que mi espíritu se sintiera exultante y extrañamente inquieto.
Al llegar a la estación me dispuse a esperar el tren catorce, que hace el trayecto de concepción al sur. En él venía un tío que necesitaba tomarse unos exámenes y yo me había comprometido a acompañarlo, por suerte y a pesar de ser domingo habíamos reservado turno de atención con un medico conocido para las once de la mañana. De pronto el jefe de estación anuncia por los altoparlantes que el tren catorce por unos deslizamientos de tierra, debido al temporal, está retrasado por más de noventa minutos. Eran entonces las diez por lo que decidí caminar las seis cuadras que me separaban del hospital, lo que no me tomaría más de quince minutos, para tratar de cambiar la hora de atención.
Llegué a la plaza y sin pensar en la humedad, me senté en uno de los escaños para disfrutar del aroma de los árboles y las flores aun llorosas de lluvia, ensimismado en eso, me sorprende un llanto de bebe. En los últimos escalones de la bajada venia una señora con un bebe en brazos, caminando lentamente como toda parturienta y con un aurea que refulgía cada vez que miraba a su hijo, me acerque para ayudarla a bajar el ultimo escalón que sabia resbaloso con la lluvia, la tome del brazo y al mirarle de cerca me di cuenta que era una niña, tendría, poco más de quince años , cuando sintió que la asía por el brazo para ayudarla, como un rio contenido su llanto de desbordo, después de algunos minutos y entre sollozos, me conto que trabajaba de empleada puertas adentro en Santiago y que sus padres vivían en Cañete, que venía viajando en tren y le vinieron los síntomas de parto, informado de esto el jefe de estación llamo a la ambulancia y la internaron en el hospital. Nadie en su casa del sur sabia de su viaje, ni menos de su embarazo, no tenía un plan original al comienzo del viaje ni menos ahora, solo sabía que con ese bebe no podía llegar donde sus padres, un ligero temblor me recorrió todo el cuerpo al imaginar lo que esa muchacha asustada podría llegar a hacer con su hijo, le sugerí que buscara alguien que cuidara del bebe, alguna tía, una amiga, alguien que se hiciera responsable del él, me dijo que no tenía a nadie y que, no era él, era ella, el bebe era una nenita, entreabrió el chal que le habían regalado en el hospital y por primera vez vi esa carita , rojiza, de cejas pobladas, con una incipiente cabellera rubia como sol de primavera, era hermosa, como quien regala una mascota me miro a la cara y me dijo,
.- ¿la quiere?
Me quede de una pieza, no sabía que contestar, claro que la quería, pero, un ser humano no se regala así, es decir, no se regala, trate de que entrara en razón argüí que sus padres entenderían, que era su nieta y la querrían, nada en ella hizo efecto, me pidió algo de plata para el pasaje y lentamente dejo el pequeño bolso con la poca ropa de la bebe encima del húmedo y frio escaño, Comenzó a caminar hacia la estación, en cada paso que ella daba alejándose yo me iba hundiendo en un mar de confusión y en una maraña de sentimientos, ¿que hacer?, lo más sensato era dar cuenta a las autoridades, pero en ese momento no se me paso por la mente hacerlo. Lo que más me preocupaba era lo que dirían en mi casa, a pesar de la brisa fresca, transpiraba y mi corazón era un animal desbocado queriendo arrancarse de mi pecho, que hacer mi dios, abrí lentamente el chal para mirarla una vez mas, y me encontré con unos tremendos ojos de color indefinido que trataban de enfocarme y un rictus muy parecido a una sonrisa creí ver en su rosada carita. Un momento mágico me llevo a presentarme, le conté como me llamo, que hago para vivir, de mi casa, de que tendrá una hermana y muchas cosas que la emoción del momento me dicto y mis ojos se humedecieron y un par de lagrimas viejas y por mucho tiempo reprimidas recorrieron los surcos que el tiempo sembró en mi faz. Más de una hora estuve con la bebita en brazos, el sol ya estaba marcando casi el mediodía y aun el tren catorce no se oía llegar a la estación, lentamente el pueblo se fue despertando al día domingo. Y yo clavado al asiento de la plaza sin tener aun el ánimo de romper el hechizo de la situación.
El silbato del tren catorce me saco de mis ensoñaciones y recordé que debía ir al hospital, pero cuando me incorpore, la bebita comenzó un llanto que me descompuso, entonces deseche la idea de subir al hospital e inicie la vuelta a casa , pensaría como arreglar el tema con mi mujer, Aun no había salido de la plaza cuando vi venir a la mama de la bebe, Caminaba lo más rápido que podía, miraba para todos lados buscándome, lloraba, en algún momento la vi rezar con las manitos juntas en señal de ruego, me moví mas cerca del estanque , tenía ganas de correr, huir con la bebita, tenía la certeza de conmigo estaría bien, nada le faltaría, seria una hija mas en mi familia no, no, no, no quería devolverla, pero cuando la niña me descubrió tras el estanque, y vi sus ojos hinchados de tanto llanto, supe que por muchas cosas que yo pudiera entregarle a la bebe, jamás podría darle el inmenso amor de madre que descubrí en los ojos de esa mujer que, en menos de ciento veinte minutos maduro más que en los dieciséis años que había vivido.
-. No puedo, jamás podre
Me dijo mientras estiraba sus brazos para tomar el pequeño bulto, que ya no lloraba
Mientras mis lágrimas aumentaban las aguas del estanque la pequeña, gran mama, abordó el tren catorce con destino a Cañete
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