PARTE 2
Las tres pavitas se convirtieron en las reinas del gallinero y con ellas el engorde de las demás aves.
Esperando las fechas previstas íbamos a la escuela, seguíamos nuestra rutina, alterada por el momento, de ese agregado, cumplíamos las obligaciones que nos cabían a cada una.
El día 23 del último mes del año, ya terminada la escuela, toda la casa se inundó de alegría: había llegado el fin de los animalitos y nuestros celos por ellos. Ese día la madre los envió a cumplir diferentes funciones a cada uno, para no ofrecernos el espectáculo de ver como mataban, limpiaban y cocinaban a las pavitas.
¿Qué pasó ese día? Sólo lo sabemos por boca de mamá. Al ir a buscar las gallináceas, habían desaparecido del corral. Estupor, indignación, cólera, todos los sentimientos mezquinos afloraron ante ese hecho inesperado.
Hecho al que se tomó su tiempo para analizar, acomodar sus ideas, e ir a preguntar al vecino si el no había visto a las pavas.
Alarmados por la actitud de la madre, todos requirieron qué le habían dicho, la respuesta fue por supuesto negativa, lo que más agigantó su indignación, no fue la mentirosa negación, sino que, la quiso envolver con la posibilidad de haber dejado la puerta de calle abierta, cuando en realidad, de seguro, el ladrón, había saltado la medianera, entrado en la casa cuando ella no estaba y salido de la misma forma con el motín.
La progenitora recordaba lo ocurrido, lloraba tanto, tanto, hasta agotar sus lágrimas. Debe haber derramado hasta las de sus hijos, por el sacrificio que les pidiera para poder ella hacer realidad su sueño (una fiesta con todo el apogeo de reyes)
Jesús, el esposo, buscó palabras de conformidad que a ella no le bastaron, las hijas mayores suspiraban aliviadas porque se terminaba el tema de discusión.
Quedaba la menor: Pepi, la que siempre reprochaba. Que dijo algo, ese algo la saco a la madre de ese estado negativo, al escuchar de labios de la pequeña: No importa mamá, piense que el que se las llevó es un mal hombre, ojala se les indigeste la comilona a nuestra costa, maldecía a tan temprana edad.
Cambiando en seguida el cáliz de esa conversación agregó: También piense que podría ser un hombre bueno, sin trabajo como lo supiera estar papá, esa necesidad lo llevó a realizar esa mala acción que a su familia le regalaría esa sorpresa mal habida y nosotros debíamos cederle la gracia para que así lo disfruten, tal como ella había imaginado sorprenderlo. Bastó esa reflexión de la hija menor para encontrar fuerzas y trabajar con más ganas de armar la mesa navideña con lo que se podía, no obstante el momento critico, la mesa lucio más esplendida que nunca.
Mañana lo sigo
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