Era como siempre su día, pasaba lento el tiempo pegado a sus talones, con gastado calzado, paseaba por la pequeña celda, mientras blanqueaba su cabellera, sus manos ya manchadas, y no era pintura, era la vida y sus huellas, que se le escapaba a su cansado andar.
Buscaba el pedazo de cielo, que le regalaba la pequeña ventana de la prisión, era todo para ella, era suficiente, en su lugar, nadie tendría el valor de mirar la inmensidad de esta alma en pena, opaca y marchita.
Estaba rematada, condenada de por vida, para aplacar las nobles y puras conciencias,
fue otrora una bella y joven mujer, graciosa y fina figura, pero su ira y celos pudieron mas, que arrebato la vida del único hombre que la amo, pagando con la muerte esta gran conquista.
Recuerda hoy, sus viajes, encerrada en el mugroso cuarto, su mente la transporto, lejos allá en el glacial, cuando no pudo, evitar discutir y vomitar tanta furia, no podía competir ante tanta belleza, su rostro y figura se perdían ante magno paisaje, se sintió poseída por los celos, comenzando a maldecir el bello entorno.
Entonces el rayo, cayó a sus pies, lacerando aquel otrora hermoso y fino rostro frío como la porcelana quedando marcado con la ira y el desconcierto culpando al filoso rayo de dejar sin vida el cuerpo del infortunado amante.
Extraña ahora la barita de los hombres que conoció, esos que agitaban para ella, sirviéndola en sus caprichos, y antojos. Aquellas gordas billeteras, de negro cuero, que costeaban sus viajes y fastidiosas sesiones de belleza y relajación. Ahora el brazo de la añeja justicia golpea su rostro, con un sordo y agudo puño, dejándola tendida en el suelo de su patética vida, extraña hoy, los buenos tiempos y su cruel belleza, con la que manejaba a los hombres, que se cruzaron por su camino y que no están para ayudarla.
Extraña ese poder, que ha volado, junto con el viento del olvido, marchitando esta rosa, su pasajera juventud, corre este viento a posarse en otras, para que envolviéndolas, se crean diosas.
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