Hace poco, escribí algo sobre el tipo que se engolosinó leyendo todo lo relativo a asesinos seriales y que, de tanto leerlos, se había convertido en uno más de ellos, de tal forma que utilizando el MSN se dedicó a eliminar uno a uno a todos sus contactos.
Bueno, ayer me llegó un correo en donde se me invitaba a utilizar un programa que me indicaría quienes me habían eliminado de su lista de contactos. Y como uno tiene esa faceta masoquista de sentirse dañado y gozar con esa victimización, puse en práctica el programita aquel. El resultado me dejó abismado: uno de mis mejores amigos, un muy querido ex compañero de trabajo, echando tierra a muchos años de camaradería, había osado eliminarme. Y allí estaba su nombre, descubierto en la insidia más atroz, en la traición más artera. Sólo pude exclamar: ¡Tú también, César! (en rigor, su nombre es otro).
Por una parte, me sentí afortunado. Muchos han sido asesinados sin siquiera tener la posibilidad de conocer la mano fatídica que les arrancó la existencia. Pensé en aquellos magnicidas, que provistos de rifles telescópicos, han enfocado a su celebérrima víctima y luego, con un simple gatillazo, le han volado los sesos.
No puedo negar que también he cometido mis crímenes virtuales, ya que en cierta ocasión, en un rapto de ira, eliminé de un paraguazo a una muy querida amiga. Con otra hice lo mismo. Pero, en el MSN penan los “muertos” y doy fe de ello. A los pocos días, una de ellas me hablaba y me requería. Pensé aterrorizado que la culpa jamás me abandonaría y que, a cada instante, ellas me refregarían el delictivo acto. Así que, amparado en esta tecnología que permite redenciones y resurrecciones, las agregué de nuevo y allí están, muy campantes y más vivas que nunca.
Pero una cosa es “eliminar” a otros y hasta “suicidarse”, que aquello también es posible y otra muy distinta es que lo eliminen a uno. Se siente el rechazo más descarnado, la relegación a los oscuros recintos de la nada tecnológica. Me siento un cadáver ambulante y con ello, reconozco de paso mi hipocondría. Me siento muy identificado con César, cuando el puñal asesino de Bruto le segó la vida. ¡Tú también, Perico de los Palotes (no pronunciaré su nombre, porque hasta en la “muerte” soy digno. Pero, para aplacar este desasosiego, agregaré de inmediato al alcalde de mi comuna y luego, lo eliminaré. A ver si con un magnicidio a cuestas puedo remover toda esta angustia…
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