era una llamada cualquiera pero sentí que podía variar el curso de mi vida para siempre. ¡no vayas a visitar al doctor!, dijo mi madre y le obedecí. retorné a casa y sentí que los pasos que daba estaban enganchados con todo mi pasado. si miraba una escena, o quizá si no entraba al café, o si iba a visitar a un amigo de siempre, todo estaba encadenado... entré a casa y vi el piano de siempre y lo toqué, mientras lo tocaba sentí la presencia de mi madre, a mi lado, acariciándome como yo a mi perro... era de noche y las cosas no se podían ver, pero había tanta presencia de la verdad que supe que debía estar siempre en armonía con ellas... así seguí, sentado frente al piano, escuchando el silencio, sintiendo lo que se siente cuando un hombre pasa los ochenta y siente que está solo en un mundo lleno de soledades... esperé a que llegara el buen día y vino, como siempre, como un príncipe de luz, imaginación de un buen dios, de tantas verdades que se hacían escenarios tras escenarios, de un director que no podía ver pero sí sentir, como se siente la noche, el silencio, la tarde, los ojos de un perro, como el sentimiento que nace de adentro... sí, fue un amanecer en donde la vida era un artificio mas de la gran verdad...