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Domingo. Mediodía del mes de agosto, con un sol brillante que invita a pasear.
No tardó mucho la invitación, la hizo Haydeé.
-¿Vamos al Shopping de Escobar?
Incluía al papá Luis, la mamá Ofelia, Lucia la hija y al sobrino Lucas que estaba de paseo en casa de los abuelos. Hasta la perrita Pinki
Allá fuimos en coche, al llegar. un lago artificial apareció a nuestros ojos, y en el nadaban patos y cisnes.
Bajamos. Los niños corrieron detrás Pinki y la abuela vigilaba y festejaba con una sonrisa el alboroto que armaban los pequeños. Las aves en su hábitat programado, nadaban con solemnidad sin que les afectaran los gritos de ellos.
A distancia, miraba la abuela Ofelia, como le tiraban maíz para atraerlos hacia donde estaban ellos, algo mas alejado un guardián recogía hojas y cortaba el pasto, atento a que nada alterada ese Universo. Conocedor de niños ponía orden en seguida, cuando algunos de ellos intentaba asir a los animales y al perseguirlos caían al lago de improviso.
Lucía y Lucas, trataban por todos los medios llamar a los cisnes, mientras Pinki, cansada, repasaba en un banco y miraba a sus compañeros de correrías, como se volcaban a otros interesantes juegos, Ofelia se dejo llevar por su imaginación y fantaseaba con el pato a la naranja que podría hacer en su cacerola a presión, heredada de su mamá.
Estaba padeciendo el síndrome del estomago. Y no fue eso sólo, siguió con sus pensamientos, hasta rememorar lo que le había ocurrido a su madre Celia cuando era pequeña.

Diciembre. Vísperas de noche buena, hacía varios meses que con sacrificio, la madre había comprado tres pavitas. Las crió con tanto esmero para dar a sus hijos esa degustación de lo nuevo, lo que se conoce por primera vez, aquello que deslumbra a la mirada, haciendo agua a la boca y halaga a los más selectos de los paladares.
La vida austera que hiciera para criar a sus seis hijos se vio influenciada por el agregado de esas aves, no sin protesta de la menor que veía la comida con que eran alimentadas las pavas en ese cuidado extremo, incluían nueces, como reprimenda a los rezongos le adjudicaron el cuidado de las mismas.
Ya había explicado Celia, que esa distinción, era temporaria. Demandó el esfuerzo de todos, para deleite de la familia, porque esa navidad sería distinta. Hasta entonces aprendieron a convivir y racionar porciones. Por supuesto que a la menor la explicación no le bastaba, si bien no rezongaba, por lo bajo mascullaba de lo lindo.
Las tres pavitas se convirtieron en las reinas del gallinero y con ellas el engorde de las demás aves.


Mañana les sigo contando esta historia de la vida real.

Texto agregado el 30-10-2009, y leído por 179 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
02-11-2009 sigo por mas, me gustan estas historias, mis***** nanajua
01-11-2009 Hermoso cuento!!! ***** MariBonita
01-11-2009 ta guena mi perra se llama PINKI! aguiladetrueno
31-10-2009 ¡¡¡Y de la vida real!!! Muy bueno***** almalen2005
31-10-2009 Muy interesante narración. Voy por la 2 Un abrazo CARLOSALFONSO
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