Lentamente se fue quitando el pantalón de mezclilla. Con habilidad se despojó el cinturón de cuero y al instante dejó ver unas piernas bien trabajadas. De la vellosidad excesiva de éstas emanaba un aroma rancio. Ácido. Quiso dejarse los calcetines puestos y apagó su celular para evitar molestas interrupciones. La playera ajustada, que delineaba unos poderosos bíceps, pronto se cubrió de sudor. Había soñado con este día tres veces por semana durante los últimos seis años. Estaba listo para perder la virginidad.

Excitado, tomó su erecto falo, y con una embestida penetró a su víctima. El caballo relinchó de dolor, como sólo los equinos saben hacerlo.