Tú nunca supiste la palabra con la que me mataste.
Nunca supiste cual fue el gesto que me cautivó.
Nunca supiste cual de tus dedos me rozó primero.
No estabas.
No eras tú.
Eras el señuelo de noches lánguidas.
El cofre de monedas de oro al final del arco iris…

Tus ojos quemaron mi agonía.
En un golpe fulminante, quebraste la roca.
En el sortilegio mágico de una palabra encantada detuviste el viento.
Un portento desataste con tu lengua.
Las nubes huyeron.
Caí y extendí las manos hacia tu boca, tu saliva se enraizó en mi sangre.
El mar brilló en tus ojos.
Así nació el olvido.
Los destellos y la resolana confundieron a Cronos.
No hubo más ni noche, ni día.
Solo un pensamiento ahogado entre espejos y obsidianas.
Se perdieron los conjuros en los cuentos antiguos.

Dime la palabra que me hará lanzar una fleche al sol
Dime la palabra que me vestirá de mochila y fusible y hará que suba y tome la colina.
Dime la palabra con la que sitiaré la peña más inexpugnable.
Libera las palabras que buscarán por los cuatro ángulos de la tierra todos los pedazos de un corazón destrozado para juntarlos al amparo de una canción de amor.

Pero ya no están. Se han ido en la cola de un cometa.
Quedaron ocultas entre los cuentos perdidos.
Se perdieron entre las grietas.
Se perdieron…