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ROMILIO RIBEROS Y LOS
"MAULLIDOS MELÓMANOS"
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(relato del anecdotario de Romilio, no puedo imitar su gracia especial, pero he tratado de darle forma literaria)


En aquel período aconteció que las lluvias caídas sobre la ciudad de Córdoba fueron intensísimas. La Lagunilla próxima, arrastraba un lodo incalculable sobre la ciudad y La Cañada que lo recibía en su seno, se desbordó inundando las calles.

Había que entrar al teatro Rivera Indarte por medio de tablones, incluso en los días de función. Un cortejo de paraguas esperaba a la entrada para que el público fuese pasando por las escalinatas de mármol. Las escaleras del primer coliseo cordobés que son de un color blanquísimo y suben al aire libre desde la vereda, habíanse vuelto de un tono irreconocible. Las rojas alfombras quedaron al poco tiempo inutilizables.

Y en el cauce torrentoso de lodo y lluvia, La Cañada vecina parecía ensañarse con todo su entorno enviando barro espumoso hacia las costaneras.. Ello hacía que el desborde anegara calles, edificios públicos del centro e invadiera la vereda del teatro Rivera Indarte, ubicado a sólo una cuadra de ella. El citadino caminaba por su ciudad acongojado.

Pero pasó algo más… La Lagunilla no sólo había enviado el lodo de sus campos embarrando a toda la ciudad, sino que también habíase liberado de cuántos “cuises” pululan por sus orillas, mandándolos a nado o en balsas de ramas rumbo a la ciudad ...hacia la misma Cañada... y Córdoba quedó así en poco tiempo y sin previo aviso, llena de ratones, muy especiales por otra parte.

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El cuis es un ratón peculiar. No tiene cola, difícil por lo mismo de atrapar. Un ratón de campo que cava cuevas y produce desmoronamientos de tierra en la ribera de los ríos, tal como el conejo salvaje. Es peligroso en las plantaciones, en las construcciones, en los puentes, etc. ¡Y la plaga invadió la ciudad! Se los podía ver de paseo por nuestros caminos habituales como si fueran propiedad de ellos.

Las autoridades municipales resolvieron hacer una suerte de guerra ecológica, muy simple: ¡Importar gatos!... Sí. El enemigo eterno. Se los trajo embolsados en unos camiones, los soltaron en derredor de La Cañada, del Cabildo, en algunas plazas y plazoletas ...y por fin ¡todo resuelto!

De este modo la ciudad entera empezó a maullar ...(Miauuuú)... haciendo imposible el descanso nocturno. Además vino la época del celo gatuno y las peleas de rivales, por ciertas niñas coludas, eran ciertamente extraordinarias. Nadie durmió durante noches.

Quizás aprovechando esa tregua, los cuises hicieron una reunión, un organizado congreso ratífero, tomando una decisión. Para salvarse (mientras los gatos estuvieran ocupados en sus idilios por algunas semanas, echando por doquier el almizcle que confundía sus olfatos) ellos podrían huir de sus escondites callejeros y ocultarse en algunos seguros edificios protegidos.

Eligieron los mejores, los más suntuosos, por supuesto : El Teatro Rivera Indarte. El Palacio de Justicia. La Escuela Olmos. La Legislatura. Todos ellos vecinos a La Cañada, linderos por años al Calicanto con sus desbordes de agua.

Cuando los gatos dejaron al fin de amar y volvieron a maullar en busca de alimento (para recobrar sus fuerzas perdidas en el proceso amatorio) ya toda la “cuisería” era dueña, entre otras bellas mansiones, de nuestro amado teatro. Los podíamos ver caminando al lado nuestro, mientras subíamos juntos como buenos vecinos que conviven, las escaleras de mármol rumbo a los palcos, cazuela, tertulia, galliero...

El Municipio en cambio, sostenía que el peligro de peste habíase superado por las calles. Las calles, sí ...Pero comenzó otro proceso más difícil, una invasión cuisera más temible, que creo no ha terminado todavía.

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En esos días me abrió su puerta en el piso alto del Teatro Rivera Indarte —luego del pesado “andinismo” para subir por ellas— el poeta indio Romilio Riberos, gran erudito y pintor, quien vivía en esas habitaciones desde donde divisábase toda la ciudad como un balcón privado suyo,. Y él organizaba allí sus tertulias.. Romilio estaba alegre con mi visita, pero de pronto vi que a su lado me maullaron cinco felinos furiosos, mostrándome los dientes al ser yo una intrusa .

—¿Vas a poner un criadero gatuno?— le pregunté

—No, Alejandra… pero pasa lo siguiente y es algo muy grave. Te lo explico : El escenario. Los palcos. La platea y hasta el “gallinero”, se han llenado de ratones y ésta es la única solución— me contestó

Sin duda lo era. Ya había alfombras de terciopelo con raspaduras, asientos bordados con agujeros y los tablones del escenario presentaban aberturas. El cuis es muy laborioso como puede verse, un verdadero ejemplo, siempre empeñado en su trabajo obligatorio. Nada mejor que otra guerra ecológica, imitando el ejemplo anterior. Para ello los hermosos felinillos fueron liberados dentro del teatro y recorrieron felices los decorados. Los alfombrados. La Platea. El avant-scène. Los palcos de primero y segundo piso. El sótano siniestro. La “Poullerie” o Gallinero o “Pío-Pío”( como en criollo le llamamos). Cazuela y Tertulia. Dándose dichos gatitos opíparos banquetes durante semanas.

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Pero llegó una Noche de Gala en la cual se presentaría una afamada compañía de conciertos, que iba a ofrecer una velada de excepción con lujo musical. Todo el Rivera Indarte engalanado y luminoso lucía su frescura, luego de pasar por aquellas peripecias ratoniles y salir de ellas, incólume y vitalizado. Los directivos sentíanse eufóricos de reabrir sus puertas para una gala aguardada, sin lodo, sin fantasmas ...¡Y sin Cuises!

Noche de Gala. Para ella las damas más adornadas, perfumadas, enguantadas, preparáronse para lucir sus pieles y sus ornatos. Nunca se sabe si conocen el pentagrama o si reconocen la escala musical Do-Re-Mi-Fa-Sol-La-Si ...¡Pero allí las tenemos siempre impertérritas! O asomadas glamourosamente a sus palcos y distendidas sobre los carminados canapés .

Dio comienzo la función. Apagáronse las luces. La sala se puso a obscuras y el director de la orquesta alzó con parsimonia elegante sus emocionados brazos, que los focos iluminaban con gracia artística. La orquesta visitante dio comienzo a la ejecución de la partitura en medio de un silencio encantador, cautivante, casi mágico.

Conmocionado ante tanta magnitud emocional, el más afectuoso de los felinos enrolló lleno de mimo su primorosa cola en el tobillo de una perfumada dama, quien había apoyado —extasiada— su brazo enjoyado sobre el borde de terciopelo rojo de su preferido palco ...

¡ Y el grito fue estridente !

El felino, espantado ante el desamor manifiesto de la bella dama de alcurnia, pegó un salto acrobático hacia el borde del palco y allí, mostrando sus feroces colmillos le gruñó indignado, con exasperación. La exquisita señora vio aquellos ojos gatunos fosforescentes, que en medio de la obscuridad recogían las luces indirectas de los reflectores volviéndose más verdes. Ella alcanzó a percibir los colmillos draculianos (que en medio del espanto pareciéronle inmensos ). Y como lo que menos esperaba ver era un gatito enfurecido, creyó que trataríase, a lo mínimo de un ¡Tigre!

Los cuatro hermanitos felinos del mismo —que estaban repartidos por la sala— como acontece siempre con los gatos creyeron que tratábase de una voz de alarma ¡de un hermano en peligro! y repitieron el cuadro de furia por los cuatro pisos restantes del teatro. Cinco gatos maullando de noche en una terraza son un verdadero problema. Pero en un Concierto de Gala es algo completamente inusual, inesperado e inaguantable. Así lo pensó el director visitante, sus músicos y las autoridades locales que prendieron rápido las luces.

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Entraron entonces en escena los conserjes del teatro, los ordenanzas, los acomodadores, etc. etc. etc. Y comenzaron a correrlos saltando de palco en palco, con muy pocos resultados. Todos sabemos que es muy difícil alcanzar a un gato y menos aún en medio de cortinados, columnas labradas y público numeroso. Los felinillos corrían entre las faldas de seda, las damas gritaban, los caballeros de etiqueta trataron de agarrarlos de la cola y fueron arañados. Por último, uno de los más ágiles se trepó al cortinado del escenario, hasta la punta del mismo ante la vista de todos.

Y allí se quedó —incólume— escuchando todo el concierto, cuando la música recomenzó. No pudo aplaudirlo porque estaba muy agarrado con sus filosas uñitas del terciopelo oro y granate.

Era un gato melómano.


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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 29-10-2009, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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