Algún día tenía que suceder. Estaba escrito en las páginas amarillentas de la historia y en todos los oráculos. Siempre existió un encono despiadado entre ambas naciones y los ministros de una y otra parte, lanzaban terribles proclamas, mucho más encendidas las de los perdedores, que no podían disimular una sed de venganza ancestral. Por lo que, a nadie extrañó cuando comenzaron a caer destructores misiles en pleno centro de la capital. Pese a vanagloriarse la nación atacada de contar con un ejército profesional y de alta capacitación, lo cierto es que su sistema de rastreo falló ostensiblemente y ahora, la ciudad se caía a pedazos. El presidente de la nación atacada, fue llevado en vilo a un lugar secreto, un bunker del cual nadie tenía conocimiento y que se sumergía varios metros debajo del palacio gubernamental.
Como ambos países eran vecinos, existía mucha inmigración, especialmente de la población del país derrotado en esa guerra pretérita que aún provocaba resquemores en una raza que era milenaria. Los que habían llegado, eran gente sencilla, de buenos modales y de hablar melodioso. Habían sido bien acogidos, pero sólo podían aspirar a puestos de trabajo muy humildes. En algunos sectores, les parecía amenazante que se produjese esta diáspora, sobre todo, considerando que se tenía una mala percepción de su sinceridad, se les suponía encubiertos, dispuestos a introducir en la sociedad muchos elementos nocivos. Pero, eran los menos y se les tachaba de inmediato de xenófobos, poco tolerantes y belicosos.
El país atacado preparó de inmediato la defensa y se dispuso a contraatacar. Pero, como se dice vulgarmente, el que pega primero, pega dos veces. La ciudad era un infierno, vastos incendios amenazaban con esparcirse, gente despedazada y sobrevivientes huyendo sin un rumbo preciso. La televisión había suspendido sus transmisiones, porque había sido atacada de las primeras, acallándose su potente mensaje a punta de bombas. Sólo se escuchaba una que otra radio, en la cual se trataba de informar malamente de lo que nadie sabía.
De pronto, surgió otra terrible noticia: el otro país limítrofe, con el cual se compartía una larga frontera, había atacado desde el sur, se había apoderado de una importante ciudad y desde allí comenzaba a sitiar al país. La situación era desesperada, considerando que entre ambos puntos, sur y norte, mediaban más de seis mil kilómetros.
Los inmigrantes del país del norte, atemorizados por las posibles represalias, abandonaron sus trabajos y se ocultaron en sus humildes cuchitriles. El caos era generalizado. Hasta que el Gobierno logró restablecer la banda televisiva para emisiones de urgencia y se pudo informar por fin al país.
-“¡Conciudadanos!- leyó el Presidente, con voz alborotada por los acontecimientos, -hemos sido atacados cobardemente por las tres naciones vecinas, que se suponían amigas. El ejército se ha visto obligado a enarbolar las armas y ha salido en defensa de la patria y de todos sus ciudadanos. La situación es delicadísima y hemos tomado todos los resguardos para defender nuestra soberanía.”
Se llamaba a todos los jóvenes para que acudieran a alistarse al ejército de inmediato. Eso era prioritario. Se aseguraría el abastecimiento de agua y alimentos para el resto de la población y se pedía calma y confianza en el ejército, que sabría cumplir con su deber.
(Continúa)
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