El recuerdo gélido del pasado invierno se comienza a mezclar con pequeños destellos de la impaciencia del frio que no llega. Los árboles aún no despidieron sus hojas, los grajos están de baja, no se posan en los balcones y el olor a castañas asadas es mas un marketing que una delicia.

El calor, este calor que me emborracha, se mezcla con la necesidad de salir, de ser sin ser, de volver a no volver. Suena John Lennon en el tocadiscos y su voz es hiriente, penetra por los poros que el calor deja abiertos y me susurra al oído que hay cosas que son como son, que si el mundo gira a tu alrededor demasiado deprisa... lo mejor es verlo girar, que no me crea un loco por eso.

Tardan en llegar las mañanas de vaho en este otoño veraniego eterno que nos ha tocado vivir, aunque mi cuerpo viva en primavera perpetua y sigo sin dejar de sentir que llegará el frio, que arrasará con todo... los paseos por la playa sin camiseta y pantalones remangados, las carreras por la orilla sin que te importe que te salpique y sobre todo... los silencios de miradas perdidas entre las olas.

Llegará el invierno y dejará día tras día silencios, horas muertas. Nos dejarán animales y flores, nos acogerán mantas y radiadores... o tal vez no.


Llegará el invierno... y conjelará tantas cosas...