El río.
To my Clean Eyes.
Please believe me
the river told me
very softly
want you to hold me ooo.
The Doors.
Lo último que recuerdo es que estaba dormido en mi camarote y que un estruendoso ruido me despertó de inmediato. Sobresaltado con el corazón a punto del infarto debido a mi delicada salud, corrí a cubierta, la verdad obedeciendo a mi instinto de sobrevivencia y no por seguir alguno de esos planes preconcebidos de emergencia “que hacer en caso de” que a decir verdad siempre se olvidan en situaciones críticas. A trompicones logré llegar a la superficie sólo para confirmar el estado de hundimiento en que se encontraba el barco. La tormenta agudizaba el sentimiento de terror de los pasajeros. Fue entonces cuando sentí un golpe fulminante en la base de la nuca, seguramente alguna vela que arrojada por una ráfaga de viento apagó de inmediato la luz de mi conciencia.
Desperté en esta playa, solo. No veo ninguna otra persona ni los restos del barco. Una sonrisa mórbida desdibuja mi rostro al saberme sobreviviente del naufragio, tal vez el único. “El trébol siempre salvándome” pienso. Siempre he confiado en mi suerte de muchacho solitario.
Un cangrejo diminuto y casi transparente se atenaza tercamente a una de mis piernas. Con un movimiento intempestivo, como si patease un balón, logro deshacerme del animal sin tener que tocarle. Este suceso avispa mi pensamiento y la incertidumbre se apodera de mi relativa tranquilidad. Hasta dónde alcanza mi vista no distingo un sólo trazo de civilización; sólo playa y palmeras por todos lados y un estrecho río que decido seguir pues recuerdo las viejas lecciones escolares que decían que a las orillas de los ríos crecían pueblos, ciudades y civilizaciones.
Nunca había visto un río como este. En sus márgenes bordea una vegetación abundante de palmeras y la desembocadura es lenta a pesar de que la corriente es rápida, tal vez sea un efecto visual. Me acerco a la orilla y la hipnosis del cauce constante me captura unos momentos al punto de que no puedo distinguir la dirección de la corriente. Sacudo la cabeza para salir del letargo y una molestia en los pies me obliga a aflojar las agujetas de los zapatos; me pongo a caminar siguiendo la orilla del río. A mi izquierda el agua corriendo, en mi diestra el espeso desfile de palmeras que se alargan a cada paso que doy. Por una extraña razón, el único sonido que distingo con claridad es el que hace el agua del río al moverse, todo lo demás, como por ejemplo el canto de los pájaros que veo sobre palmeras abriendo y cerrando el pico, el viento que arquea las hojas y mis propios pasos se escuchan lejanos, pintados de gris, opacados por el repiqueteo constante del río que recita un verso de agua infinito.
El sol se deja caer incandescente sin nubes en el cielo que lo detengan. Palpo mi cabeza y me percato de lo caliente que esta. Creo que el calor es el causante de mi aturdimiento. Desabotono mi camisa y la enrollo a manera de turbante alrededor de la cabeza para protegerme. Avanzo primero a pasos largos como los que acostumbro dar en las calles de la ciudad, cuando me canso camino a un ritmo lento, de cuando en cuando veo la lontananza; a veces parece que el río se alarga, detrás y al frente de mí sólo el río extendiéndose. Tengo una profunda sed que siento no sólo en mi boca sino desde la garganta. Me inclino y con las manos en forma de ánfora doy un trago largo para mitigar la sed, el agua me hace mucho bien, me relaja, me calma… tal vez demasiado. Luego no siento sed, pero peor aún, no siento nada. Es cómo si estuviese desmayado pero conservo un ligero sesgo de consciencia. Tengo los músculos entumecidos y no responden a la orden que les doy para que se muevan; los párpados me pesan y obligan a que cierre los ojos. No siento ni escucho nada pero sé que estoy de pie.
Debe de ser algún efecto secundario por beber el agua del río o por el calor sofocante. Ahora que lo pienso desde el momento en que vi el río empecé a sentir este inexplicable sosiego. Eso de seguir el río para encontrar “civilización” fue una mentira que me dije para darle un sentido racional a lo que hacía. En realidad sigo el río por encantamiento; encantamiento que se acentuó en el momento en que probé sus aguas. También recuerdo que cuando tomé el agua entre mis manos lo hice de una manera delicada y sutil. No como lo hacen los sedientos de manera apresurada antes con lentitud, como si un sopor deleitante me obligara a tomarme mi tiempo… sacudo la frente intentando sacudir también estos pensamientos de letargo de mi mente. Alzo la mirada al cielo y noto que el sol se empieza a vestir de nubes diáfanas, no son como las negras y abrumadoras de la tormenta pasada, sino frescas y apacibles. El cielo se nubla completamente y mi cabeza lo agradece. Mi cuerpo reacciona, vuelve a obedecer mis órdenes y me pongo a caminar…
… Free fall flow, river flow
… on in on it goes
… breath under water till the end
No sé cuanto tiempo llevo recorriendo la orilla. Podría calcular cuánto según la posición del sol pero sigue nublado. Estoy a punto de desesperarme cuando de pronto el sonido que canta el río empieza a multiplicarse, apenas audible al principio pero más fuerte conforme avanzo. Echo un vistazo al río pero su cauce es el mismo que observé desde un principio: hipnótico, constante y con un sólo ritmo. Observo con minucioso detalle y me doy cuenta de que los sonidos que escucho no se corresponden con los de la corriente. Camino con cierto temor de estar perdiendo el juicio. Recorrer el camino entre un estado “normal” a otro “anormal”, es lo que rompe con la estabilidad mental de los seres humanos; creer y sentir volverse loco es la verdadera locura y no el estado de locura en sí que es en realidad la liberación; en este momento temo estar recorriendo ese camino, el camino hacia la locura. Siguen mis pasos andando siempre por inercia, pegado a la orilla del río, las palmeras de mi derecha empiezan a disminuir y el sonido discordante se acrecienta. Nervioso pero sin querer detenerme, avanzo para descubrir aliviado que existe otro río. Inclusive ese otro río se une al que he estado siguiendo y me dirijo al vértice exacto de la bifurcación. Me tranquilizo al saber que no estoy perdiendo el sentido. Todo este tiempo estuve caminando en diagonal y no de manera recta como me lo parecía. Llego por fin a la exacta unión, delante de mí se distingue un solo río ahora más ancho resultado de la combinación de cauces.
Ahora que estoy parado en esta intersección empieza a recorrer mi cuerpo un sentimiento visceral. Sigue nublado pero la temperatura de mi cuerpo aumenta gradual. No es fiebre de enfermedad, no me siento mal, al contrario, siento que mi sangre empieza a recorrer placenteramente el circuito delgado de mi cuerpo, reconfortándome al tiempo que me alista para un suceso hasta entonces desconocido.
Lentamente mi mirada desciende hacia el exacto encuentro de los ríos gemelos, ahí me encuentro con un musgo abundante pero a todas luces suave, esto lo sé aún sin tocarlo; pero el verdadero espectáculo esta debajo del musgo. Apenas visible, distingo una especie de arrecife de coral donde peces de un color que no se definir, salen de los huevecillos donde estuvieron encerrados creándose y veo cómo nadan por primera vez. Mi cuerpo reacciona ante el cuadro de la fertilidad y un instinto febril me impulsa a sumergirme en estas aguas. De un salto desciendo en el éxtasis del río. Algo dentro de mí me incita a moverme lento, impúdico e inclusive a probar un poco del agua mientras estoy sumergido. No tengo duda alguna, el agua de este río es hipnótica. Ingiero a tragos cortísimos; casi de inmediato empiezo a escuchar al río sollozar un llanto placentero, de ritmo lento, de peso ligero, apenas perceptible pero constante como un eco recién murmurado. Intenta decirme algo pero no entiendo su idioma. Aunque no parecen palabras lo que escucho sino expresiones, sonidos como el que hacen las aves cuando cantan: comida, peligro, apareamiento… y sólo escucho esto último; un llamado a que me una a la naturaleza milenaria de sus aguas, que me deje hundir aún más en su sabiduría con la promesa de mostrarme el pensamiento de los pensamientos, el único que no puede ser afectado ni siquiera por Dios, porque es el secreto del nacimiento de Dios mismo, el secreto primigenio… ¡estoy delirando de nuevo!
Tengo que salir, respirar, ir a la superficie. A brazadas largas y desesperadas atajo el agua y emerjo sofocado. Me perdí a mí mismo. Me abandoné en este cenit de los sentidos y casi muero… aunque tal vez, de alguna manera, morí un poco. Pero la verdad es que también renací, como lo es natural en cada muerte frustrada. Me siento renovado, un nuevo brío me da la fuerza para nadar a contracorriente. Llego a un pequeño islote hundido en su centro, como un vaso vacío dentro del río dónde reposo un momento y sin proponérmelo pernocto.
… Please believe me, if you don’t need me,
… I’m going but I need a little time,
… I promise I would drown myself in mysticated wine
El cielo diáfano le da la bienvenida a mi mirada. Despierto boca arriba con un ligero malestar en la espalda: dormí sobre una pequeña roca. No recuerdo en que momento perdí los zapatos pero puedo ver mis pies de por sí blancuzcos resaltar aún más con el clarear del sol. Es raro que no estén llagados o cubiertos de ampollas teniendo en cuenta todo lo que caminé.
No soy pesimista pero sé que moriré. Nunca fui a acampar, no conozco los rudimentos básicos de sobrevivencia, bueno, sé que necesito comida pero no sé como obtenerla. Tal vez podría hacer una red de pesca con la ropa que llevo puesta pero en el remoto caso de que consiguiera algo no sabría como cocinarlo. Malditos sean los libros de texto y mentira falaz su “educación para la vida”. Soy un novato en esto de recorrer la naturaleza. Este río me impone, me cautiva, me abarca con su belleza brutal y a veces siento como se enternece al verme indefenso.
Sigo a nado. A cada brazada mi cuerpo encuentra una mejor conexión con la corriente del río y nos armonizamos en la parsimonia del ven-voy. Cuando yo vengo el río se va conmigo y cuando el río viene me dejo ir con él. Esto hace del nado algo placentero y me olvido del dolor de espalda. Luego de un rato de brazada libre, siempre hacia adelante, distingo un par de salientes dentro del mismo río; pequeñas montañas como brotes que sobresalen del agua en que estoy sumergido. Me aproximo a uno de los brotes: es como una mini cascada dónde el agua cae constante y produce un apacible sonido. Coloco mi cabeza en el exacto lugar dónde se vierte el agua, esto refresca mi mente y dejo que el masaje natural a manera de ducha aclare mis ideas.
Pienso “debí de esperar por ayuda en la playa y no moverme; he avanzado lo suficiente, al menos para saber que no me alcanzarán las fuerzas para regresar; mi única opción es seguir y rezar por que encuentre ayuda mas adelante”. Trepo al pequeño peñasco con algo de dificultad para mejor ver hacia el horizonte. Un brillo de espejo se irradia inquieto a lo lejos sobre el agua. Decido seguir aquel resplandor igual que los moribundos deciden seguir la última luz tentación de la muerte.
Al poco tiempo de seguir este húmedo viaje algo extraño empieza a ocurrir con la forma del río. La anchura que había permanecido de un tamaño más o menos igual, intempestivamente se vuelve tan delgada que ahora más bien pareciera un arroyo. Tiene tan poca profundidad que puedo tocar el fondo con mis plantas desnudas. Siento como una corriente submarina de burbujas-cápsulas de aire, respiran y pasan veloces por debajo del pequeño cauce que ahora es un camino líquido que transito lento y placentero. De ninguna manera el cambio es grotesco; la belleza del río se mantiene a pesar de la variación en su dimensión. El encanto dura muy poco y el embudo arroyo vuelve a desplegarse para formar un lago.
El lago es un espejo que duplica la vida del cielo. Casi sin sentirlo estoy inmerso y floto sin pretenderlo. Es lo más parecido a flotar en el aire o en el espacio o así creo que se debe de sentir. Embelesado en el suspenso de la gracia natural del agua, veo los árboles: sus ramas colgantes serpentean armoniosas alrededor del lago en ese orden que la naturaleza impone y que los humanos, con nuestra limitada capacidad de entendimiento llamamos azar.
Aquí en esta porción de vida habita un decir constante que calla; ligero balbuceo de lo apacible… un regreso al origen. Espiral elemento vital que rige lo palpable: soy agua, transmito electricidad en forma de chispazos que llamo amor, deseo, miedo: eterna combinación de mis polos opuestos y/o similares encontrándose y repeliéndose dentro del conducto acuoso que es… ¿mi cuerpo?
El lago alberga un manantial de calma que brilla. Hojas castañas navegan a la deriva y el tono, de sonido y de color, se vuelve otoñal. Ese fulgor fue el que me atrajo en un principio. Como un ligero insecto que acude a la luz. Nunca antes había tenido un espectáculo semejante frente a mí. Todo está tan en paz que sin quererlo reduzco hasta casi desaparecer mis defensas básicas y dejo que la combinación de luz y agua filtre con su luminiscencia mi cuerpo… ¿mi cuerpo?
Estoy encantado. Alejé la racionalidad y di paso a lo subjetivo. Estoy perdido pero también me he encontrado, de pronto, hallado en verdades no concebidas antes. Es tan sabio este espectáculo. Despiertan en mi memoria todas las vidas pasadas en que habité y que habían permanecido encerradas por los límites de la conciencia. Ahora, descanso como en mi muerte. Por fin logré encontrar el manantial de calma de estos tus ojos limpios. |