No era, definitivamente, la clase de persona que uno esperaría encontrar en un barrio de buena reputación. No era, de hecho, el tipo de hombre que uno esperaría encontrar siguiera en un barrio humanizado, porque el doctor Frankzworth era un loco. Sí, estaba loco.
El dia que se comprobó que no tenía todos los jugadores en la cabeza fue en Navidad. Los lugareños callarían luego toda la verdad, fuese por decisión propia, vergüenza o temor… quizás temor a que algo así pudiese volver a ocurrir, como si mencionarlo fuese tentar al destino.
Navidad de 1991. Javier Lomoni atendía la estación de servicio Open 24 H de Suspiro durante 23 de esas 24 horas, más o menos. A veces, si uno iba tarde, se encontraba con su hijo Horacio que era igual de alto, igual de encorvado e igual de estúpido. Los dos juntos no hacían uno, quizás la esposa de Javier había sido el cerebro de la familia, pero ella había fallecido varios años antes de que el doctor Franz hiciera lo que hizo.
Navidad de 1991. La gente, a eso de las seis de la tarde (las siete, para los más rezagados) empezaba a juntarse en sus casas para bañarse, armar las mesas y decorar mínimamente las habitaciones. Muchos recibían parientes, pero nadie del exterior. Suspiro muy pocas veces tenía la visita de personas de afuera… muy poca gente conocía al pueblo.
Los adornos de navidad estaban situados a lo largo de todas las calles, colgando de los pórticos, adosados a las ventanas y colgando de poste a poste de luz, como un enramado de colores rojos, verdes y blancos. Algunos Papá Noeles robóticos, frente a la casa de sus dueños, se movían con un hipnótico tambaleo y cantaban villancicos en inglés.
Javier Lomoni había decorado las surtidoras con algunas guilnarlas y había puesto el árbol de Navidad lejos de la puerta, estaba cansado que la gente lo mirara casi con desprecio, porque era un árbol escuálido, con sólo cinco globos rojos.
Y cuando eran alrededor de las 11 de la noche, cuando la mayoría de las personas se encontraban comiendo y engañando a los menores, entonces la puerta del Open 24 H se abrió de golpe y entró Franz, con paso torcido, los ojos idos hacia la nada, el rostro cubierto de barba blanca y pinchuda y los labios secos como cubiertos de cartulina.
Javier y Horacio no esperaban clientes a esa hora, aunque muchos buscaban regalos a último momento, así que la llegada de Franz fue todo un escándalo. Vale agregar, de paso, que Franz no solía ir a lo de Javier, compraba sus cosas… Dios sabría donde:
- Está listo- dijo Franz.
Acto seguido, sacó un revolver de su bolsillo. Javier y Horacio no esperaban un asalto y, de hecho, el muchacho amagó a orinarse en los pantalones.
No hubo asalto.
Esa misma noche, antes de festejar el nacimiento del Salvador, Franz Anil se voló la cabeza.
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