Había una vez...
- ¡Había una vez!, ¡Había una vez! Siempre tienes que empezar con había una vez... ¿Por qué no comenzar de otra forma? No lo sé, con un pronombre, un sustantivo, algún adjetivo, conjunción, preposición o tal vez con alguna “deposición”, ¡algo diferente por Dios!
- Y dime, ¿quién te crees que eres para decirme a mí como tengo que comenzar mis relatos?
- Qué quién soy. Y todavía lo preguntas: ¡pues el narrador de tu historia!, Soy la voz que utilizas para hacer realidad ese acto tuyo de crear historias, el medio por el cual tú recreas tus relatos, nada más ni nada menos, o ¿es que te parece que soy poca cosa?
- No, no, no, para nada; pero respóndeme algo: desde cuando tengo yo, el escritor, que tomar en cuenta tus propuestas o consejos para comenzar mis relatos ¡Ah, respóndeme!
- Pues muy sencillo: desde que todos los narradores del mundo creamos nuestro Sindicato Internacional de Narradores Libres (SINL), por sus siglas en español, claro.
- ¿Sindicato de narradores, has dicho?
- Sí, ¡sindicato de narradores! Porque créeme: no dejaremos doblegarnos más por las ideas absurdas y complejas de algunos “escritoruchos” de pacotilla que consideran sus historias de lo más creativas y divertidas, cuando la realidad es muy otra...
- ¡Ahhhh! Así es de que tú crees que mis historias son aburridas y nada creativas, ¿no es cierto?
- Yo no dije eso...
- ¡Pero lo insinuaste! Tú, pedazo de narrador omnisciente que sin mí no habrías existido, porque qué son los narradores dentro de un relato cualquiera sin los escritores que se rompen la cabeza tratando de crear las historias que ustedes los narradores recrean...
- Pues, para tu información, los narradores somos, en muchos casos, la columna vertebral de la historia; somos, además, el hilo conductor de la narración, y en algunos otros, develamos las mentiras que estaban ocultas en el relato. ¿Alguna pregunta?
- No, si me quedó muy claro cuál será tu posición de ahora en adelante. Pero créeme que no me importa. Ahora comenzaré mi historia como a mí se me dé la gana. ¡ENTENDIDO!
- Entendí perfectamente, no tiene porqué gritar, qué mala educación; por favor continúa...
José se encontraba sentado en su silla favorita...
- José, José... bueno, por lo menos has comenzado diferente y eso es un punto a tu favor escritor; pero, preguntémosle a José si en realidad desea hacer parte de tu historia. ¡Eh José Personaje, ven acá un momento por favor!
- ¿Yo?
- Sí tú, o es que ves a otro José por los alrededores.
- Pues... No.
- Entonces ven, acércate muchacho que no te vamos a morder.
- Para qué soy bueno...
- Dinos algo, ¿tú realmente deseas hacer parte de esta historia?
- Pues...
- Porque si no, sólo tienes que decírmelo y yo te puedo organizar a ti y los tuyos en un sindicato internacional de personajes libres del yugo mordaz del escritor... ¿Te gustaría?
- No lo sé... es que apenas se está escribiendo la historia y yo sinceramente deseo saber qué es lo que va a pasar conmigo dentro del relato.
- ¡Lo ves Narrador sindicalista!; no todos tienen ideas independentistas y de organización como tú, que esto te quede de lección para que no vuelvas a entrometerte en terrenos que no son de tu incumbencia.
- Bueno, bueno, acepto parcialmente mi derrota, pero esto ha sido sólo una batalla y no la guerra. Continúa, por favor...
José se encontraba sentado en su silla favorita leyendo el diario de la tarde, cuando de repente sintió un golpe seco encima de su cabeza. No era un golpe como los que él diariamente sentía en el piso de arriba, como por ejemplo el correr de una silla, el rebote de un balón, o las pisadas fuertes de un militar, no. Lo que él creía haber sentido, era la aparatosa caía de un cuerpo humano. Ese TUMMM profundo y sorpresivo que había avivado en él una curiosidad a prueba de miedos.
- Hasta ahora vas bien, mi querido escritor.
- Cállate ya y sigue narrando.
Sin ahorrar ni un segundo, José subió por las angostas escaleras en forma de caracol hasta alcanzar el corredor central de quinto piso. Lentamente se fue acercando hasta quedar al frente del apartamento 302 con el fin de pegar su redondo y pequeño oído en la madera lisa y café de la puerta. Sin embargo, José no escuchó ni el más mínimo zumbido de una mosca. Parecía que adentro del apartamento sólo vivían la soledad y el silencio. Se estuvo parado como un fisgón profesional durante 15 minutos pero absolutamente nada se movía dentro del lugar.
-¡Un momento! Y si hiciera que José fuese empujado dentro del apartamento por un brazo grueso y peludo, ¿no le agregaría más emoción a la historia?
- ¿Quién dijo eso, fuiste tú narrador?
- Yo estoy narrando.
- Soy yo, José, el protagonista fisgón.
- ¿Cómo, ahora tú proponiendo caminos diferentes para esta historia? Hablaste con el narrador ¿no es así?
- Yo no he hablado con nadie. Sólo veo que la historia se está poniendo algo aburrida y decidí darte una mano.
- ¡Es que ninguno de ustedes me dejará en paz! Primero tú narrador, con tu idea loca de formar un sindicato imaginario, y luego tú José, hijo mío, tinta de mi tinta, tú, traicionándome...
- Yo no te estoy traicionando. Sólo deseo que mi historia tenga algo de acción, nada más.
- Muy bien, pues si creen que ustedes pueden contar la historia mejor que yo, ¡adelante!
- Vamos José, tu puedes hacerlo, yo te ayudaré. Seremos uno solo, indivisible, no necesitamos de éste.
Parecía que adentro solo vivían la soledad y el silencio. Sin embargo, cuando mi curiosidad me había abandonado casi por completo, un brazo fuerte y peludo me empujó bruscamente hasta el interior del apartamento. Entonces caí en la mitad de una sala vacía. En realidad todo el apartamento se encontraba desocupado. No obstante, en el último rincón del cuarto de la derecha, pude observar el cuerpo inerte de una mujer. Era, a ojos vista, una chica de unos 25 o 26 años, de cabello rubio y tacones altos que se encontraba recostada en la puerta del closet. Tenía los ojos abiertos y un rictus de tristeza en su rostro pálido y blanco. Eso fue lo único que pude observar en aquel instante, pues e grueso brazo me lanzó hacia la esquina de la ventana. Cuando intenté recobrarme del fuerte golpe, sentí otro remezón y fui a dar hasta el fondo del estudio. Allí, el gigantesco moreno de brazos titánicos, me propinó una rítmica ronda de golpes.
Luego me levantó con su brazo derecho y comenzó a ahorcarme con sus largas y pronunciadas manos. Ya sin aire intenté un último y desesperado recurso: Una patada a su esbelto estómago; sin embargo, no le hizo ni cosquillas. Entonces intenté con un rodillazo certero a su pecho, y eso si surtió efecto.
Me soltó y se retiró hacia el centro del desocupado estudio con sus manos palpando sus anchos y pronunciados pectorales. Cómo pude, salté hacia la sala y cuando me disponía a salir de aquel apartamento desocupado y misterioso, el ruido certero de un disparo me paró en seco. Sentí entonces un agudo dolor en mi espalda y mi vista se fue nublando, hasta enfrentarme por completo a las tinieblas.
FIN
- ¿Eso es todo? ¿La historia acaba así no más?
- Sí, así no más mi querido escritor. Breve, sencilla y entretenida. Como deben ser todas las historias. ¿Ves que no te necesitamos para nada, no mi estimado José?
- ¡Así es amigo narrador!
- Pues muy bien mis queridos narrador y personaje; han pasado ustedes de ser lo que siempre han sido, ha convertirse en escritores, bravo ¡bravísimo!
- Pero, ¿qué es lo que está diciendo?
- Así como lo oyes mi estimado narrad... perdón, mi estimado escritor, y ahora, colega, puedes retirarte junto con tu amigo ex personaje ya que este “escritorucho” como tú me llamaste, continuará con su labor de creación:
Había una vez...
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