Para qué preocuparme por la extrañeza del mundo, si aún respiro. Si tengo vida y sólo vine a gozar y a ser feliz. No para sufrir. No tengo que defenderme de nada ni de nadie. Ya es tiempo de bajar la guardia. No tengo nada que perder, así que sólo debo jugarme todo al doble o a nada.

Ya no quiero cubrirme de la lluvia. Así que elijo sentir el agua caer sobre mi rostro y mi alma.

Hoy vuelvo a subir las persianas y ver el sol, a pesar de sentir un día nublado. Acepto que todo lo que pasa es parte de un cuento de hadas. No voy a preocuparme por mañana porque no sé si este llegará.

Lo único que me queda claro y de lo que estoy seguro, es que este planeta sigue girando y no se detendrá. Que la vida me da todo a manos llenas. Me regala luz, alegría y amor; y sólo me lo otorga, porque aborrece el vacío, el desajuste y la inarmonía.

Sólo necesito de andar a gatas y a ciegas. Debo levantar la mirada, dejar de negarme a todo, a no tirar la toalla, a caminar como el reloj, a dejar de pensar, a vivir y morir en el cielo, a ver que las cosas vienen y se van, a simplemente saltar y dejarme llevar.

Porque no pasa nada si lo hago; y al contrario, todo puedo pasar si me niego.

Así que prefiero, hoy, ser feliz, ver el amor que me rodea y a vivir en el cielo. A regresar a casa, a mi interior y ver que todo es un regalo de la vida. La misma que nace a cada instante, cada que muero y renazco, como en cada momento de mi ser…