No se necesita más que un pasaje de colectivo que una dos ciudades, o unos binoculares, o quizás, en los casos que se consideran más afortunados, poseer un auto. Con sólo echar un vistazo por la ventanilla, inspirado por un radiante sol y un todavía celeste cielo, podemos empezar a destriparnos y caer en un pozo ciego junto con el resto del pasaje. En un pequeño pueblo, en las afueras de mi ciudad natal, en la plaza central (y única) se observa un llamativo cartel que alegremente dice: "Prohibido jugar con pelotas en esta plaza". Esta cuidadosa indicación que intenta evitar que esos pequeños malvivientes jueguen con esos cueros tejidos por el mismisimo diablo, mientras lanzan terribles carcajadas; atenta contra la vida misma y lo peor es que lo hace orgullosa de matar niños.
A sólo dos pueblos de distancia, en la entrada a una fábrica, cientos de ganchitos esperan impacientes a los trabajadores que colgaron siempre sus hermosas bicicletas. Es que nadie les dijo que no vendrán más, nadie les avisó del progreso del país, no saben que su país no deja a los trabajadores trabajar aunque prueben que no necesitan a los de saco para producir y ser felices a la vez. No, su país prefiere echar a tiros a los que eligen ese camino. Es que su país orgulloso mata ocupados.
Ya en mi ciudad, los semáforos albergan a cientos de trabajadores que deberían ser niños todavía. Una luz roja les da un poco de esperanza, que ellos mojan en sus baldes y refriegan en los parabrisas. Ésta esperanza se les evapora rápidamente cuando un imbécil en un auto propio, decide que ya está limpio y que estos no lavan bien. Es que su vidrio es importado y lo lava en su chalet. Pero ese vidrio todavía es transparente, y todavía le clava el puñal de la idiotez en el cuello cuando los chicos lo miran con los ojos de su hijo, y el traga esa mirada punzante y por un momento la soberbia le recorre las venas. El desea verde, ellos ya ni desean.
La cotidianeidad también me robó la esperanza cuando tras hacer un llamado retrocedía y en mi primer paso sentí un crujir doloroso. Sin saberlo me di cuenta de que nada bueno seguía a tal ruido. Al mirar abajo, sólo espanto y confirmación; tan bello como siempre medio grillo quieto para siempre. Perdón.
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