Recuperar la vida, dejarse un lugarcito para soñar.
Es posible evitar "el abrazo del oso" y vivir una vida mas sencilla, mas humana, hacerse un lugarcito para soñar.
Las obligaciones de la vida presente, nos imponen la eficiencia, en realidad esto es beneficioso para todos, el inconveniente radica en que además hay que ser exitoso por obligación, la modernidad trajo aparejada la exigencia y la necesidad de contar con la tecnología, que al poco tiempo se convierte en ineficiente ante las novedades que surgen permanentemente.
Lo que antes era normal, como el simple hecho de concurrir a escuelas del estado, los impuestos, que se pagaban una vez al año, el simple hecho de transitar por una ruta, hoy vemos que está todo tarifado, entonces es casi una obligación ser exitoso, ganar mucho dinero. Al mismo tiempo se producen casos de adicción, y vemos a diario la compulsión de muchos para hacerse del último teléfono , ese que todo lo puede, desde comunicarte a sacar una foto, o mandar mensajes al momento.
Así con el auto, la computadora, el plasma y un sinfín de cosas más. Esto no estaría mal, si los costos no fueran tan elevados, y no me refiero solo al económico, ya de por si gravoso, mas bien el enfoque lo dirijo a lo que denomino “el abrazo del oso”, el monstruo sin cabeza que atrapa y esclaviza a su víctima al punto de que no pueda disfrutar de lo que tanto le costo adquirir.
A menudo vemos gente de buen pasar y de trato agradable, apartados de todo vínculo social , los sentimientos adormecidos y alejados de lo que puede ser tan grato como vivir una vida sencilla y mas humana.
Las actividades sociales, compartir un café después de la cena con los amigos, dar un paseo por los lagos de Palermo. Paseo significa caminar con tranquilidad, observando el entorno , disfrutando del paisaje, aspirando el aroma de las flores, mirar ese cielo que se nos hace esquivo cuando estamos caminando por las calles de la ciudad pareciera que esta pasado de moda. El personaje mas llamativo de la fauna humana de los últimos quince o veinte años, es el trotador y el caminante compulsivo, me provocan rechazo, aversión, al tiempo que asombro e incomprensión.

Solo al humano puede ocurrírsele semejante desatino. Ni un solo animal de la creación saldría a correr desaforadamente de no ser perseguido.
Papá vivió noventa y cuatro años, jamás se le hubiera ocurrido salir de madrugada tres veces a la semana a trotar con un cronógrafo en la mano que le controlara la presión y el pulso, con menos razón, dar diez vueltas al rosedal a paso vivo.
Me hubiera causado mucha gracia verlo en esa actitud ridícula, y atención que mi padre no era un hombre sedentario, caminaba horas por el campo, montó a caballo hasta los setenta años, y frecuentó a sus amigas, hasta el final de su vida.
Seguramente suponía que correr podía quitarle “vigor”.
Con seguridad que quien se somete a estos rigores, mejora su capacidad aeróbica, incluso baja de peso y cumple con su cardiólogo, por eso los vemos con sus toallas al cuello sudados jadeantes y desfallecidos completar el recorrido aconsejado por el galeno.

Además de ser una actividad aislada, solitaria y mortificante, hay que volver rápido a casa para ducharse, vestirse y desayunar algo ligth, nada de pan con manteca y un buen café con leche, no sea cosa que lo que se logró con el amasijo de la madrugada se malogre. Después seguirá la carrera en el auto para llegar al trabajo y continuar la competencia hasta la noche. Quien no se someta a esta desgraciada esclavitud, es mal visto por estos energúmenos, por el camino tiraron junto con los bofes el poder valorar la belleza que los que les rodea, la niebla de la mañana, la naturaleza que se renueva a cada momento, el canto alegre de los pájaros, el encanto de sentir vibrar la vida.

Buenos Aires tiene bellísimos paseos, una extensa costa que llega hasta el Tigre, el encanto de las islas del Delta. Seria bueno volver a recuperar los valores de la amistad, no permitir la atrofia de los sentimientos, compartir paseos, tomar un café, evitar la compulsión al consumismo, practicar y compartir el “ocio”. Si, hablo del “ocio, y no piensen que es una fea palabra.
Estar en contacto con los demás, es cuidar ese lugarcito del corazón que alberga la nobleza de los sentimientos. Invitar a una amiga o un amigo a tomar unos mates a casa para charlar, -saber conquistar esta libertad es recuperar el valor humano de la vida-.

Tal vez seria importante explicarle a los chicos, que hay cosas más importantes que tener un celular de última generación y vivir enchufado al aparatito para que te jodan la vida en el lugar en que te encuentres, que hay que trabajar muchísimo para mantener ese auto de la publicidad, a veces tanto que ni tiempo te dan para disfrutarlo. Los autos que más disfruté en mi vida fueron un “Citroen” 2cv, y un “Ford 28” que lo dejaba tirado en la calle en garaje La Estrella, como jocosamente solía llamar al lugar en que lo estacionaba.
Las chicas morían por dar un paseo en esos coches, además que lo hacían con “papá”, lo cual tenía un valor adicional.
Disfrutar la vida en todo sentido es posible, aún en estos tiempos en que todo parece una competencia y te convierte si te dejas atrapar, en un simple robot.
Tal vez sea conveniente vivir los años que nos toquen de vivir, no estar obsesionados por la salud conseguida al precio de no vivir. Por supuesto, hay que evitar los vicios dañinos, es de necio suicidarse por no evitar el cigarrillo, la droga, el alcohol......... .
Recuperar la vida, dejarse un lugarcito para soñar.
Andre, Laplume.