Lunae reflexiva
Lunae sentía que a veces era demasiado reflexiva. Eso molestaba a sus amigos en aquellas reuniones de los viernes (pedas o borracheras), pues ellos no iban a pensar en los problemas existenciales, sino a dejar de pensar en ellos.
—Lunae, ¿a dónde vas? —Preguntó uno de sus amigos sosteniendo una botella de cerveza en la mano.
—Sólo un momento acá arriba —contestó ella sin voltear a verlo.
Había subido al pequeño ático que estaba ocupado sólo por una cama, simple y llanamente olvidada ahí para que no se sintiera un espacio como de casa deshabitada.
Se dio cuenta que alguien ya le había ganado la idea de subir. Ese alguien miraba por una de las dos pequeñas ventanas.
—Oh, disculpa —sintió el terrible calor que hacia ahí—, preguntaron por ti abajo. No sabía que estuvieras aquí.
—No te preocupes, sólo pensaba en cosas —el chico se apartó de la ventana y bajó las escaleras sin decir mas.
Ella se extrañó un poco, él siempre le había puesto atención. Se recostó en aquella cama y miraba el techo.
¿Qué miraba ahí? Pensaban sus amigos que hacían tanto ruido en la planta baja. La habían visto subir varias veces ahí mientras ellos se emborrachaban durante esas reuniones, pero después sólo la veían bajar y unirse a ellos en el festejo.
¿Pero entonces qué miraba ahí?
No era lo que mirara, pues no miraba nada. Entraba en su mente y no escapaba de ahí hasta reflexionar algunas cosas que le habían estado molestando. Cosas de la escuela, cosas del amor que eran tan importantes para ella como su novio, cosas como por qué el alcohol era tan bueno para olvidar aquellas cosas que nos molestaban.
¿Pero por qué reflexionaba tanto sobre esas cosas? ¿Acaso son tan importantes?
Ella sólo deseaba saber el por qué de estar ahí esas noches, saber de que se estaba olvidando, saber por qué a pesar de que otros eran tan felices deseaban tomar tanto si no tenían nada que olvidar.
¿Entonces que deseaba olvidar esa noche para volver con ellos a tomar?
Una pelea que tuvo aquella tarde con su novio, sólo eso, el motivo por el que se encontraba esa noche con ellos, a pesar de que siempre lo hacia. Tal vez no siempre fue tan reflexiva y sólo deseaba dejarse llevar por el alcohol.
Pero había algo mas, un chico que le interesaba, y esa noche estaba entre sus amigos allá abajo, fuera de sus pensamientos.
¿Pero que diría su novio? ¿O que pensarían sus amigos?
Le importaba, pero ese chico le llamaba la atención como la primera vez que vio a su actual novio, pero él era algo nuevo ¿Debía dejar en la basura todos esos años con su novio por alguien mas que sólo le interesaba? Había observado que aquel chico era guapo, cariñoso y atento con ella. Aquel chico que miraba por la ventana. Su novio tenía ello, o lo tuvo, que con el tiempo fue dejando pues ya había conseguido lo que quería. A Lunae.
Salió de su cabeza y puso atención en los murmullos allá abajo.
Muchas voces a la vez, pero alcanzó a distinguir la de aquel chico. Reflexionando, recordó su nombre: Dorian.
—¿Entonces te gusta ella? —preguntó uno de los chicos, parecía un poco tomado— ¿O sólo la quieres un faje?
—Qué me crees, yo jamás querré a una mujer para siempre —parecía mas borracho que el anterior— Sólo las manipulo para tenerlas.
—Pues con esa cara de pendejo que te cargas consigues a cualquiera —dijo otro.
Parecía que los demás amigos de esa reunión estaban en otra habitación pues sólo se escuchaban aquellos tres y ninguna mujer.
Lunae no sabía de quien hablaban, pero reconociendo la voz de Dorian se decepcionó de lo que pudo haber pensado de él antes, y además hablado y hecho, pues aunque no lo quisiera aceptar, se había acostado con el varias veces estando borracha, ella no lo sabía pues nunca lo recordaba, pero sus amigos que decían serlo, si lo recordaban.
Volvió a escuchar algunos murmullos pero ya no alcanzó a escuchar.
Alguien subía las escaleras. Miró el cabello de esa persona y supo que se trataba de Dorian.
—Hola, Lunae —le saludó.
Ella trató de levantarse de la cama, pero él le negó...
—No, no. Quédate ahí. Sólo vengo a hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Shhh —le tapó la boca con su dedo índice.
La recostó de nuevo en la cama y trató de bésala con su boca olor a cerveza.
—Quítate de encima, Dorian —ella le empujó hacia arriba y se paró a un lado de la cama.
—Lunae, ¿qué tienes?
—Nada. Sabes que tengo novio.
—¿Ese patán que no se acuerda de ti?
—¡Sólo cállate! Estas borracho.
—¿Yo borracho? —volteó a verle, pero ella ya bajaba las escaleras.
Había decidido continuar con su amor por su novio Otón. No había reflexionado, sino se había dado cuenta que aquel chico, instantáneamente, hizo que ella perdiera la confianza y el interés por él. No pensaba en su novio como la segunda opción de seguir con alguien, sino supo que Otón, habiendo olvidado como ser atento, era el hombre que ella debía seguir conservando. ¿Acaso no recuerda como las chicas morían por él en la preparatoria pues decían que Otón si valía la pena? Y ahora esta con ella, que mas podía querer, las cosas cambian y ellos dos no estaban nada mal juntos.
Pero hay algo que no había recordado. Otón la había notado un poco extraña, lo rechazaba mas y lo peor de todo, que ella no le había ofrecido ir a la reunion juntos. Él sabía que todos los viernes había reunión pero no quiso preguntarle nada a Lunae, si ella se lo hubiera pedido Otón no hubiera sospechado aunque ese día no hubiera querido ir (como otros anteriores), pero se conocían tan bien como para sospechar que ella tenía algo.
Era tarde para llamarlo y en esa casa no había teléfono. Le entró una desesperación tan pesada para su mente confundida, debía hacerlo o no podría dormir, y no quería llegar al extremo de tomar un poco mas para olvidarlo.
Miraba por la ventana de esa pequeña habitación. Afuera había un pequeño pasaje angosto que llevaban a dos distintas calles. Ella sólo tomaba el aire y difícilmente dejaba de pensar en Otón.
—¿Nos vamos, Lunae? —le dijo Tito asustándola del otro lado de la ventana.
Ella se sobresaltó.
—Oh, sí. Ya se les bajó.
—Yo puedo manejar —le mostró las llaves colgando de sus dedos—, no tomé demasiado.
—Esta bien, vamos.
Su plan después de la reunión era ir a pasear por el centro de la ciudad, nada más relajante que encontrar sus calles a las cero horas a solas. Todo para ellos. Pero Lunae no quería eso, sino hablar con Otón.
Tito se separó de los demás y le habló.
—Lunae, sé en lo que piensas.
—¿Sí? ¿En qué? —Le preguntó. Miraba las estrellas.
—En Otón… —hizo una pausa y terminó con— y en porque no lo invitaste a pasarla con nosotros.
—Si lo invité…
—No me engañas —le interrumpió—. Yo le recordé y dijo que si tu no le decías nada él no vendría.
Lunae guardaba silencio.
Reflexionaba.
—Me equivoque al pensar que podía haber algo entre Dorian y yo.
—Pero Dorian siempre ha sido así ¿Por qué pensaste eso? —Le preguntó Tito, mientras entraban por la puerta que terminaba en camino de un pasillo de arcos y entraban en una pequeña plaza con su fuente.
—Si, pero lo vi tan enamorada de él que jamás me di cuenta de su verdadero carácter.
Ahora Tito calló.
Los cinco que iban en ese momento se sentaron alrededor de la fuente. Lunae observaba el reflejo de las luces de la plaza en el agua.
Ondulaban y le mareaban, ahora deseaba estar sola, sólo un poco.
—Espérenme aquí —miraba la puerta por la que habían pasado momentos antes—, no me tardo.
Se levantó. Nadie le negó que lo hiciera y continuaron con su platica.
Lunae caminó reflexiva hasta salir por la puerta hasta el callejón.
A lo lejos, le había esperado alguien en la fuente del jardín al inicio del callejón. Alguien que no había sido invitado por ella pero que aun así había asistido al paseo, ella le amaba y él le correspondía.
Otón y Lunae se abrazaron bajo las luces del callejón.
—¿Otón? —Reflexionando se acordó algo que había olvidado decirle.
—¿Si?
—Creo que estoy embarazada…
Guillermo Reyes y Reyes
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