En esta esfera gigante azul, se refleja como quién es la esencia de la vida.
Actuamos sin saberlo, tal como el azúcar que endulza cada corazón, para no cargarlos y disfrazarlos de egoísmo, de idiotez, de llanto, de penas, de contiendas desesperadas por salir en búsqueda de aventuras conspiradoras; desgarrándose en pleitos, de donde sólo unos pocos sentidos salen con vida.
Este mundo azuloso palpitante de cielos nos muestra cada ruta para que cada caminante marque su paso, sea éste pausado, acelerado, ocupado, inconcluso o dormido.
Este globo ceniciento nos lanza rocas con rabia para que aprendamos a esquivarlas. Nos plasma cada huella profunda y definida para no caer en lo oscuro, en la desesperación y exclamación más placentera de vivir al límite de la indiferencia.
Así como el pez en su anzuelo, caemos y fallamos en nuestros tiros antes de efectivamente capturar la presa.
Vamos con las manos atadas y con la vista nublada con cenizas para tropezarnos fuerte, para no restringirnos de la realidad abrumadora; mientras que las cuerdas intentan ser cedidas, exoneradas, cubiertas de paz, libres por una mirada distinta a la de ataduras opresivas, que ahogan para ponernos azulosos hasta matarnos los sentimientos, los gloriosos pensamientos en su hálito interior.
Podríamos comenzar viendo a través de ojos idealistas, viendo el sacrificio exhalado que se impregna y muestra en cada grito diario y que se encarga de esconder nuestra sonrisa, que pagaría sumas inimaginables para emerger al fulgor delirante.
Sin embargo, nos desmoronamos en el borde por no mantenernos luchando contra las afrentas y continuamos pidiendo a gritos que la luz de esperanza de un golpe de acierto.