Pareciera que fuera ayer cuando jugábamos y nos escondíamos en aquél jardín lleno de rosas. Corrías con la cara colmada de risa, nada parecía dañarte, me sonreías con una verdad pura y yo estaba ahí para protegerte.
Tu pequeña mano tomaba de la mía y tu frágil cuerpo parecía de cristal, pero aún así nada parecía estremecerte. Eras lo que me completaba, lo que me hacía feliz y ahora todo ha cambiado, ya no estoy ahí, no puedes verme, tocarme ni escucharme, pero me mantengo presente, cuidándote por las noches frías como tu ángel de la guarda, que no te desampara ni de noche ni de día. Veo tu pequeño y cándido rostro mientras duermes serena y yo; yo simplemente te observo sin poder apreciar la ternura de acariciar tu piel tersa y suave.
Por favor no llores por mí. Estoy flotando lejos en la placidez del firmamento. Acá todos me tratan bien; si siento ganas de llorar me hacen compañía para no sentir soledad. Es prácticamente como un segundo hogar, aunque sé que es un engaño el tratar de convencerme de tal mentira; pues, tú, niña de ojos dulces, perfectamente sabes que mi hogar se encuentra en tu corazón de inocencia.
Niña de ojos apacibles, prométeme que tus lágrimas cristalinas no rodarán tal canica por tu cara, que serás fuerte y lucharás. Tú más que nadie merece ser feliz y es por eso que poco a poco irán sanando tus heridas.
No creas que este es el final, pues no hay meta a la que llegar. Tú y yo estaremos juntas, el tiempo danzará rápidamente junto al suspiro de tu voz y en el más alegre de las trovas seremos una golondrina que canta a viva voz.
Espero puedas recordarme como la madre que te dio su amor y entrega y como aquella que ha encendido en ti su luz de esperanza. Recuérdame como la que tanto te ama y arrulla y la que espera con ansias nuestra mágica coincidencia.