Ella no hace poemas ni ensayos,
es delgada página en blanco
que escribo con sus yemas.
Ella no canta, ni hace melodías,
su voz es cordillera nevada,
de viajes inconclusos.
Cuando camina es discreta,
firme, no titubea ni convoca,
es distante de miradas,
y persigue una línea
que dibujé de niño
para no perderme.
Dice poco de ella misma,
es parca, sencilla, callada,
tizón encendido en la penumbra,
no pregunta, prefiere la vida
que inicié con ella.
Es fácil caminar a su lado,
no me invade el temor
de ser expropiado
invadido, ni desplazado,
se calla en el idioma
que aprendimos de niños.
La entiendo, me descifra,
así es mi vida con ella,
nervadura que se hace,
dureza que suavizo,
tierra de almácigos,
aires terracota.
Delgadas, quietas horas,
de barro en sus jambas
y arcilla en sus besos,
la amo fácil, sin temores,
ni distancias cotidianas,
en ella soy, me nombro,
soy feliz.
Entibia sus palabras
y la llevo entre cuencos
para beberla vestida,
conjugo verbos sobre sus senos
que desnudo entre horas,
entallo manos en sus copas
y me estaciono dormido.
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