En cada esquina de la Gran Capital, apenas los vehículos se detenían conminados por la luz roja, aparecían malabaristas, prestidigitadores, dominadores de pelota, magos y todo tipo de personajes del mundo circense, que ejecutaban sus artes en procura de alguna moneda. Los choferes, contemplaban el horizonte, sin fijarse siquiera de aquellos artistas de la calle. Aquello ya era rutina y algunos le brindaban algunos pesos, sin que sus maromas los hayan deslumbrado.
Pero, una mañana, apareció alguien diferente: un señor se instaló en medio de la calle con una carpeta bajo el brazo. Sin decir palabra, el hombre comenzaba a mostrar uno a uno los documentos: una libreta de matrimonio, en la que constaba que era casado y que de ese matrimonio habían nacido cinco hijos. Después, presentaba su colilla de sueldo que demostraba que sus ingresos eran muy exiguos. Tras cartón, las cuentas de agua y luz y gas, el recibo de arriendo, los pagos de dos universidades, la boleta del supermercado y el comprobante de pago del jardín infantil.
Tras esta demostración, los conductores se quedaron anonadados, Pero, un segundo después, una ovación cerrada, consiguió que se produjese el revoloteo de las aves que dormitaban en los árboles.
-“¡Él es el artista! ¡Es magnífico! ¡Nunca antes visto!” repetían todos y aplaudían a rabiar.
Y el hombre se ganó todas las felicitaciones y todas las monedas por ser el mejor equilibrista del mundo…
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