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Aquella parte del país estaba escasamente habitada por esos años.
O eso me han contado.
Dicen que el río aún estaba limpio y que había semanas enteras en las que sus habitantes podían ver el cielo azul. Los bosques eran verdes y bullían con vida y salud, y las colinas un poco hacia el norte y el oeste eran bajas.
En cambio, las montañas hacia el este, el lejano y extraño este, eran enormes.
Las nieves caían en los meses de invierno y otoño, y en primavera comenzaba el deshielo, haciendo que el agua del río y los lagos circundantes se volviese fría como un sueño roto.
Ah, esa parte del país era bella.
Era uno de los principales motivos por los que el hombre vivía allí.
Su finca era pequeña pero no en demasía, y de cuando en cuando su familia le visitaba.
Claro, una vez al mes la pequeña maría aparecía con su cesto de comida y medicinas, que el nunca usaba pero que siempre guardaba, porque sabía que el tiempo pasa para todos, e incluso para el. Y algún día se haría viejo, como todos los demás.
Y ese día llegó.
Fue una de esas tardes en que las nubes, naturalmente blancas, se teñían con un irresistible color rosado.
El miraba hacia el horizonte.
A lo lejos, una silueta comenzó a formarse.
Tardó mucho tiempo en llegar hasta donde estaba el.
Sus ropas eran extrañas y llevaba una mascara rota sobre el rostro.
Detrás de ella, un único ojo violeta le miraba pasivo y lleno de dolor.
Calló de rodillas y entonces El corrió a ayudarle.
El extraño miró al granjero y su ojo dejó ver una tremenda sorpresa.
Muchas veces he pensado que si hubiera sido otra la persona que hubiera encontrado en su camino, aquel extranjero de ojos violetas habría vivido otro día.
Pero fue Él el que vio y entonces, con lo último de sus fuerzas le dijo
-¡no vallas! ¡No la busques! ¡No busques La Ciudad Del Tiempo!-
Luego el hombre exhaló su Alma en un suspiro y abandonó.
El Granjero le miró sorprendido y confuso.
Durante un momento se sintió tentado a sacarle la mascara y ver su rostro, pero prefirió conservar la fisonomía del fallecido. Si el no se había sacado la mascara en todo su viaje, no sería El quien lo haría.
Le enterró junto al sauce y al Roble, un día martes por la mañana, en que el cielo era algo gris y las nubes lloraban.
El agua pulverizada distorsionaba la figura de la cruz de madera que marcaba el lugar donde reposaba el Enmascarado, y el agradable y familiar sonido de la lluvia cayendo sobre las hojas era toda la marcha fúnebre que el Granjero le podía ofrecer.
Esa noche, despertó sudando.
Una frase reverberaba en SU interior, como el rugir de una catarata en una caverna.
“¡La Ciudad Del Tiempo!”
El granjero no era de los que creían en magia.
Pero noche a noche, despertaba con aquella frase en su interior.
En cierta ocasión Maria le acompañó al pueblo.
Pasaron a la Biblioteca, y el Granjero no pudo evitar la tentación, y sacó un libro que hablaba sobre el Tiempo.
Desde ese día su Tiempo se evaporó en leer sobre el Tiempo.
Como el buen Don Quijote, consiguió todos los libros que pudo sobre el Tema que lo obsesionaba.
Después de algunos meses obtuvo toda la información que necesitaba.
Cayó de un Estante en la Biblioteca del pueblo, encuadernado Rojo y Azul, y con letras doradas en la Tapa:
“Crónica de un Tiempo pasado”
El tercer capitulo mencionaba la Ciudad del Tiempo, ubicada en la cordillera al Oeste del País, y daba lujo de detalles sobre el camino a seguir.
El Granjero sorprendido, repasó las indicaciones una y mil veces, hasta que se decidió y, acompañado por dos jóvenes guías de los alrededores partió su camino.
El viaje fue como todos los viajes.
Resultó ser más largo de lo que esperaban, llovió cuando esperaban que no lloviera y salió el sol cuando necesitaban oscuridad.
Al final, una tarde de miércoles, casi un año después de que el Enmascarado apareciera en su finca, el Granjero se encontró con un recinto amurallado, con torres almenadas y derruidas, con grandes puertas y un gigantesco palacio en medio.
Cuando llegaron a la puerta principal, los dos guías se sintieron incapaces de seguir camino y abandonaron al Granjero.
El, solo y silencioso, entró en la Fortaleza.
Caminó por el piso embaldosado y roto, y entre cada figura en el piso la hierba rebelde y verde se abría camino.
El sol estaba bajo en el horizonte, y todo el mundo parecía estar hecho de Oro.
La luz era poderosa y por algún motivo, tenía la sensación de que no cambiaría ni había cambiado en siglos.
¡Ah, si el pudiera decirnos, cuantos lugares vio, cuantas maravillas encontró, cuanto conocimiento adquirió en ese paseo liberado del Tiempo!
Finalmente llegó a la sala del Reloj, en medio del Templo.
Un hombre vestido con una túnica morada y azul, una espada larga empotrada en una lanza, y una mascara blanca que dejaba ver un solo ojo le esperaba allí.
-Bienvenido viajero- le dijo. Su voz era la voz de un hombre que había visto como el Tiempo perdía su valor.
-saludos, guerrero- respondió el Granjero.
-has llegado en el momento justo. Tu rival te espera.-
El hombre hizo pasar al granjero a un salón donde una túnica similar a la de el mismo y una arma similar a la de el mismo le estaban reservadas.
Una mascara azul que dejaba ver un solo ojo colgaba de una pared.
El Granjero supo de inmediato que esas eran sus armas y su ropa.
No dudó ni por un instante en que debía combatir. Era como si hubiera sucedido muchas veces antes.
Se vistió y cruzó una puerta al fondo del salón.
Fuera le esperaban una Arena de Combate y un guerrero vestido igual que el.
Las graderías estaban vacías y cada paso se oía como una gigantesca explosión
A causa del eco.
El Granjero enmascarado notó que su rival ya había combatido ese día. Su túnica estaba sucia y rota en algunas partes, y su mascara se había quebrado en el costado derecho.
Sin embargo, fue el quien atacó primero.
Los músculos del Granjero recordaron los viejos días de su juventud, y sintió como una nueva energía le recorría brazos y piernas.
Su entrenamiento de soldado le sirvió por primera vez en muchos años, y evitó el primer golpe.
Luego contraatacó con la lanza.
Pronto los golpes se volvieron rápidos e irresistibles. A cada momento uno de los dos oponentes giraba sobre si mismo para luego lanzar el arma con un ímpetu inesperado.
Luego el otro saltaba o rodaba, y el atacante era solo un segundo más lento que el atacado y este conseguía sobrevivir.
Sería inútil tratar de narrar con detenimiento la batalla entre el Granjero y su oponente.
En La Ciudad Del Tiempo es imposible saber cuanto dura algún evento.
Sin embargo, las heridas del otro hombre en algún momento hicieron mella en el, y sus movimientos se hicieron cada vez más lentos.
Finalmente, el Granjero consiguió clavar su arma en un costado del oponente.
La Herida era mortal, pero solo si esta no se cuidaba.
Fue entonces cuando un tercer hombre entró en la Arena y los separó.
-la batalla ha terminado- dijo.-acompañadme, vos, que habéis salido victorioso-
El otro hombre, el derrotado, el indigno, le susurró con desesperación “no le sigas”.
El Granjero guerrero le siguió, sintiéndose orgulloso de su victoria
Su estado era más o menos óptimo. Algunas heridas ligeras en sus brazos y piernas, pero nada demasiado grave.
Cruzaron una puerta y luego otras dos más.
Llegaron frente a un gran pórtico cerrado.
-tras esta puerta encontraréis otro combate-le dijo el hombre- ¿es vuestro deseo cruzar la puerta?-
No lo dudó. Quien sabe si fuera el frenesí de la lucha ganada o de la supervivencia, o quizás la sensación de haberle arrebatado la vida a alguien más.
Tal vez solo fue algo de su natural impulsividad, o simplemente la fuerza irresistible de la espiral de lo Inevitable.
Quizás fue, sencillamente, que pensó que ganaría.
Hay quien dice, que fueron todos los motivos.
-iré, por mi Honor y mi orgullo, claro que iré- respondió.
Una luz sobrecogedora le cubrió, la puerta se abrió con un sonoro rugido y estuvo en otra arena.
Vio a su oponente, vestido igual que todos los hombres que había visto aquel día.
Se lanzó contra su enemigo, y comenzó el combate.
Una serie de cosas comenzaron a llamarle la atención.
Había alcanzado a su enemigo en el brazo derecho.
¿No era ese el mismo punto en que su primer oponente le había alcanzado?
Ahora recibía un corte en la pierna izquierda.
¿No era ese el mismo punto donde el había alcanzado antes a su enemigo?
Entonces comenzó a comprender.
Había algo de familiar en cada instante, cada lugar, cada movimiento.
Su mente perdía concentración y pronto se encontró resistiendo contra una pared.
Y en un fugaz instante, que no alcanzó a ser presente, y solo fue un recuerdo, el oponente le atravesó en el costado derecho.
Y comprendió.
Todo ocurrió nuevamente. El tercer hombre entró en la arena, apartó al victorioso, y el mismo le susurró a su oponente “no le sigas”.
Luego una parte de el, la parte pasada, salió por la puerta.
El tercer hombre entró un momento después junto a otros dos y le sacaron de la arena.
El camino desde ese momento fue tan monótono que se podría llamar rápido.
Aunque lento o rápido son palabras que no se usan en la ciudad del tiempo.
Al final del camino, los tres hombres le dejaron junto a un río, en las afueras de la ciudad, tan lejos de ella que su imagen era invisible.
El granjero, herido, comenzó a caminar. Con paso lento y sufrido, lo que avanzó no fue mucho. No lo necesitó tampoco.
Pronto llegó a una finca, y un granjero que acababa de hacerse viejo le recibió.
Comprendió.
Y le dijo, con lo último de sus fuerzas, desesperando por deshacer el error
-¡no vallas! ¡No la busques! ¡No busques La Ciudad Del Tiempo!-
Y en ese preciso momento cerró el círculo de su muerte.
Con terror en los ojos, dejó escapar un último suspiro y murió.
El granjero que le encontró le enterró bajo la lluvia, con una cruz de madera. Sin sospechar que harían lo mismo con él.

Texto agregado el 23-10-2009, y leído por 66 visitantes. (0 votos)


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