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		El gordo Cooke inhala cocaína  
en la soledad de un cuarto de pensión  
clandestino en Buenos Aires. 
La cabeza visible de los peronistas resistentes, 
la voz que increpa al General por la insurrección plebeya, 
sniffa y extraña. 
A su amada Alicia 
(otra amante del exceso como fuerza vital) 
correteando de acción en acción  
y de cama en cama. 
La ruleta en Mar del Plata, 
la agonía del tambor circulante 
y las fichas obscenas sobre el paño verde. 
A los descamisados en la Plaza, 
como aquel 17 de octubre 
donde los obreros  
con las patas en la fuente 
hicieran nacer 
el fenómeno maldito del país burgués. 
A los compañeros caídos. 
El gordo Cooke con su bigotito fino 
blanco por la coca y los ojos inyectados en sangre, 
con un eterno cigarrillo prendido en los labios, 
(con la ciega ilusión de un Perón revolucionario 
y la decepcionante verdad de los burócratas sindicales). 
predicando la muerte del nacionalismo  
que no conduzca a la revolución social. 
Vaya ironía del pensamiento 
para una prosa política que resulto 
trágicamente derrotada por la historia. 
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Texto agregado el 23-10-2009, y leído por 174 
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