Hija de una tarde,
Con los dedos proscritos, en llamas
En las vísceras de la palabra fuego
Te enciendes al paso y al tiempo
Con un frío blanco que te atraviesa el alma
Vas cortando flores en el mar
Hija de una tarde,
Extracto sangriento de una hoja muerta
En un día de lluvia
Te mueves y vas por los peldaños
De la palabra deceso
Y te lloras en el último cajón
De aquel octubre
Enfermo de triste
Hija de una tarde y del
Habitad en que te
Desenredas, te mueves y
caes
180 veces,
durmiendo en las aceras
y en los charcos comunes
de la tristeza
mortal, con lo brazos abiertos
esperando por una última estocada
hacia el mundo,
con los puños ateridos a la noche
en un viaje relámpago
naciendo, desnaciendo la semana
Hija de una tarde, y del
torbellino de almas
rutínicas,
con tu bolso y sonrisa
a flor de labios, haciendo señas
al difunto
con un pie arriba,
el espectro abajo,
tu pañuelo empapado de rojo
saludando al vacío, al sentido inmóvil,
al café con leche
y a la botella envuelta en cerveza
Hija de una tarde,
Suspendida en la materia,
al cuadro móvil, a la decadencia
del acto,
con tu cabeza hecha polvo y tu risa
nuevamente, taladrando e hilando fino
la punta de mis dedos.
Te tiendes en la semipenumbra,
bajo un árbol cansado de recibirte,
vas por una banca, al fin del mundo,
y lloras hacia adentro
Hija de una tarde, en el sueño que ya
se enfría contigo y conmigo,
abre tus parietales
y cierra la boca,
junta los labios,
hasta que el escenario
rompa en la violencia del beso,
Oh, hija de una tarde.
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