La vieja farola se mece sin importar mi presencia, cuelga ahí desde años, muchos años atrás cuando los vapores, esos vetustos navíos, entraban y salían de manera habitual del puerto, era la época de oro, la bonanza el cenit del empuje económico.
Boyante brillaba a los ojos de todo aquel, que viviera bajo su abrigo y manto, proveyendo el sustento diario, deslumbrando además al viajero extranjero, esta farola
Hecha de bronce y cristal, resplandecía al sol de medio día.
Por aquellos años, llena de vida, iluminaba por las noches el paso de esos furtivos amantes, que ha escondidas se encontraban, amparados por la bohemia y la niebla del puerto, las calles convergen en esta, en una punta de diamante frente al imponente edificio de la intendencia, que tiene clavado en su frente, un reloj, que ha todos ahí, ha marcado el paso de los años.
De amarillo fondo, las manecillas atascadas por el intolerable oxido, acabo rendido al paso de su propio tiempo, pero esta vieja farola aun se mece, recordándoles a estos porteños, que el puerto no ha muerto, solo duerme en sus recuerdos, esperando en silencio, que algunos de sus hijos nacidos en su seno hable por el.
Para que reconozcan que fue importante en sus vidas, pareciera que esta farola muda y silenciosa, conecta el pasado glorioso, con la realidad decadente de este otrora puerto insigne y orgullo de esta empobrecida ciudad.
Sus murallas pintadas a trazos, el muelle cayendo a pedazos, contrastan con el aletear de las gaviotas y palomas, que mezcladas en las plazas, alegran a niños y ancianos, atrapando las migajas de pan que les sobra y nada mas. Los rostros de estos, reflejan la pena de esta ciudad, el aire salino golpea las puertas de la vieja intendencia, el correo, esta farola y el monumento frente al mar.
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