hoy fui a casa de martina. ella vestía un ramo de violetas y yo un sombrero de alcanfor. le besé la mano, le dije buenas tardes, le sonreí como a una nube benefactora, y martina creció tres metros, expelió aromas deliciosos y, muy alegre, me invitó a pasar. ya en la sala, su perro siberiano me saludó con entusiasmo. nos quedamos platicando, el perro y yo, mientras martina preparaba el té en la cocina. es asombroso lo mucho que sabe ese perro acerca de historia del oriente. cuando martina y yo estuvimos sentados uno frente al otro, volví a sentir esos globos de la primera vez; globos que se inflaban y se desinflaban ruidosamente en mis sienes, golpeando por todo mi interior. el perro siberiano se alejó, al tanto de mis humores, de los colores de martina y de su programa favorito de televisión. la tarde pasó como en un carromato tirado por arcángeles, en un paseo azucarado y festival. la amo, es usted la risa de mi sangre, la calma de mi sueño, el cuerpo que me duele cuando no la tengo. y yo le amo a usted, caballero. amo sus amores sin demora, las moras de su cabello ensortijado, la sortija de diamantes con el que me ha de comprar. fuimos felices intercambiando un ojo y varios dedos y cuatro labios y residuos olaginosos. me lleno de valor cuando sus palabras dibujan escopetas derrocadoras de regímenes espurios y pienso en lo necesario que es morir por un ideal. martina se apasiona, me apasiona, me aprisiona, me pisa y me vuelve a levantar, me recorta las orillas, me zurce con esmero, me esmerila los ribetes y recoge estalactitas de mi mano. fue una tarde maravillosa, de no ser por mi cobardía de enfrentarla y declararle la forma de mis deseos; por no dibujarle, por no tatuarle con mis dedos, con mi sangre, las palabras exactas de mi penar. creo que ella se cansará pronto si no lo hago ya. su perro puede desanimarla más pronto de lo esperado y llevársela al oriente, donde dice ser dueño de un campo de trigo. eso me pone triste como un foco a media tarde, tarde luminosa, cegadora. martina se merece las minas del rey salomón y nieve de durazno todos los días. yo merezco a martina, sus muslos hirvientes, sus pechos totales, su silueta en el portal. no obstante, algo comprendo de todo esto: el amor es duro como dura es la cabeza de los asnos. temo caer en lo que tantas veces he visto: la abulia, el aburrimiento mortal de las parejas. prefiero matarla o matarme, prefiero herirla y desesperarme. no. prefiero a martina caminando a la orilla de una noche sofocante, vestida con bisteces de gorrión, mientras yo la espero en la terraza, enfundado con un traje de tabaco.
mañana, mañana volveré a ver a martina... |