Una de sus compañeras la invitó a su casa de campo, iría toda la familia, padres, tíos, primos era un clan muy grande con costumbres muy definidas.
Los niños se levantaban temprano, para aprovechar el día, jugando en el campo, tomando el sol y el aire puro. Después de almorzar la siesta era un ritual sagrado, todos debían retirarse a sus habitaciones y dormitar al menos un par de horas. María lo encontraba aburrido, estupidez de ricos pensaba, aunque por supuesto no lo decía, siempre tenía palabras de elogios y agradecimientos para sus benefactores.
Una tarde decidió salir a escondidas, pasaba frente al cuarto de los padres de su amiga, cuando escucho unos ruidos extraños, se asomó pero la puerta estaba cerrada, no pudo saber que sucedía.
La curiosidad mató al gato, dicen por ahí, en este caso despertó a la gata que llevaba escondida.
Al día siguiente apenas terminó de comer, se retiró enseguida argumentando que tenía mucho sueño. Corrió a esconderse dentro del gran ropero que había en la habitación de los dueños de casa. Al poco rato entró la pareja y se dispusieron a dormir la siesta. Ella se quitó el vestido quedando solo con una enagua muy ceñida a su cuerpo, el padre aludió que hacía mucho calor y quedó solo en ropa interior. Enseguida el comenzó a acariciar los pechos de su mujer, que por cierto eran muy voluptuosos, luego siguió besándolos como si estuviese saboreando un exquisito manjar, de un momento a otro sus manos recorrieron su cuerpo levantando la enagua y quitándole las bragas a la Sra.
María no entendía lo que pasaba, hacía tanto calor dentro del ropero lleno de abrigos, estaba medio sofocada, le corría el sudor por su rostro. Luego el Señor se abalanzó sobre su mujer que estaba con las piernas separadas y comenzó a darle pequeños empujones, los que hicieron que la señora comenzara a gemir y quejarse despacito, poniendo cara de dolor y angustia.
María creyó que la estaban torturando y estuvo a punto de salir a defenderla, cuando el también comenzó a gemir, como un caballo agitado, la señora pedía más y más.
Después de este suceso los señores cayeron en un sueño profundo y María pudo escapar a gatas sin ser vista.
María estaba confundida no le encontraba explicación a lo que había visto. ¿Por qué si la señora estaba sufriendo pedía más? ¿Qué era lo que pedía? No entendía nada de nada, ya que a sus catorce años nadie le había hablado de sexo.
Esa noche no podía dormir, ya sea por el calor o pensando, más bien analizando lo que había visto esa tarde. Paseaba distraída por el jardín cuando divisó al Señor sentado solo en la terraza, la sirvienta le traía una bebida fría para calmar el calor, se escondió entre los arbustos y sucedió que el señor comenzó a acariciar los senos de la muchacha, no eran como los de la señora, eran más pequeños, firmes de unos pezones como botón de rosa, de pronto se inclinó ante él, besándolo apasionadamente, luego el guió las manos de ella dentro de sus pantalones, la muchacha comenzó a besar algo, que María no lograba distinguir por la distancia, ella le decía entre tanto que nunca había visto uno tan grande y que le encantaba tenerlo en su boca. Al fijarse en el señor, este gemía muy despacio, su pecho se notaba agitado y lo único que decía era - No pares! No pares! -.
María ya no entendía nada, estaba más confundida ¿Qué pasaba con ese hombre? ¿Qué le hacía a las mujeres que estas pedían más?
Divagando en sus dudas se fué a dormir. Esa noche tuvo sueños extraños que la despertaron sobresaltada y bañada en sudor. |