Un día, la luz del sol alcanzó ese espacio de tierra apartado y libre de la mano del hombre. En aquel entonces, los males no tenían lugar de refugio en el planeta y el aire era puro y electrizante.
El agua lucía tranquila y apacible, mientras que el cielo era tan solo una inmensa capa que nos recordaba lo insignificante que somos. En la noche, el firmamento parecía una alegre orquesta de estrellas que susurraban canciones aptas para conciliar el sueño. La luna, siempre hermosa e imponente, cubría el conjunto de almas con su manto y lograba que la noche fuera placentera y vigorizante. Todo era maravillosamente bello y cada centímetro de vida era el regalo mas preciado para toda alma viviente.
Era la "ciudad" de las almas; donde se podía hacer realidad los sueños más intimos. Cada alma tenía su compañía y el amor era todavía algo extraordinario.
Sin embargo, la perfección sólo existe en nuestras mentes y apesar de lo maravillosa que era esa ciudad, nuestra naturaleza humana nos impidió conservarla.
Fue entonces cuando las almas sucumbieron ante la tentación y la decadencia. Como castigo las obligaron a cubrir la vergüenza de sus pecados con una capa de carne vacía, susceptible al dolor no tan doloroso e inmune al dolor que sólo tu conoces, aquél que duele en el alma. Este pedazo de carne guarda los secretos mas recónditos contra la ley divina, que a su vez, dejan huellas imborrables en el alma.
Es el pecado original. Nos vuelve imperfectos, infelices y banales..., y quizás lo peor de todo es que nos priva de conocer la belleza total del alma desnuda, para conformanos con una pequeña pieza de espíritu gemelo y compatible al nuestro.

¿Tu alma se hubiese resistido?...