Cómo es que se reflejan las sombras en los escudos parpadeantes, y su sonido al tocar la tierra cuando los guerreros los apoyan para atravesar las cuestas del valle, por qué resuenan hasta el cerco de robles que bordea el manantial .Por el bosque discurrían susurros de muerte, el ulular de los búhos crepitaba en lo alto de los castaños y la marcha lenta del ejercito aplacaba los ruidos nocturnos, en medio del tintineo de herraduras, cascos y escudos al posarlos a orillas del manantial. El joven capitán empezó a retirar la armadura de su cuerpo, luego de esto se sumergió en el manantial para limpiar los rastros de la anterior batalla. El ejercito quedó reducido y estuvo a punto de perecer en el desierto. No sólo tuvieron que luchar contra la numerosa legión de mercenarios provenientes del bosque sombrío, sino que también se batieron a muerte con la arena sofocante del lugar, las tormentas nocturnas, el sol que arremetía con violencia contra sus yelmos. El capitán había decidido frenar el avance de los mercenarios que se unían a la guerra, interceptándolos en medio del desierto, misión a simple vista suicida pero que su ejército acepto con valor.
Los mercenarios no los esperaban, algunos trataron de huir internándose en el bosque pero sus hombres les dieron caza. El capitán se alzó en la batalla final contra el líder de la cruzada, las espadas sonaron a la lejanía, el capitán lo desarmó y luego clavó la daga en su pecho. Luego, el joven guerrero tomó la espada y untó la punta con su sangre. Después trazo sobre el pecho de su enemigo moribundo el nombre de éste, exclamado en una última agonía. Ahora quería descansar, los hombres habían montado campamento en el sitio y los cazadores trajeron jabalíes y frutas para el banquete. Habían llevado a cabo con éxito la primera etapa de su misión, ahora debían interceptar otra caravana que pasaría cerca al manantial, la cual escoltaba consigo al parecer una princesa nórdica, ofrecida por sus padres como tributo al emperador. Como sea vencerían, lo decían ya las señales en las llamas de la fogata, por la alineación de las estrellas esa noche. Al entrar a su tienda de campaña, el guerrero quedó dormido en medio de un enjambre siniestro de sueños, la espesa niebla del bosque flanqueaba las barreras de su mente y lo internaba en una espesa bruma de desolación, se veía a sí mismo solo entre los estandartes azules de su ejército, veía valles de muerte deslizarse en medio de la penumbra, las murallas del palacio destruidas la sangre de los aliados desperdigada en un claro. Por la mañana el sol rojo simbolizaba ese algo, algo que llevaba en el pecho un designio. Vistiese su armadura, hablare con sus hombres, y permanecieron en silencio. Las espadas brillaban en su propio fuego en medio del crepúsculo del amanecer, los mercenarios arribaron cerca al manantial, dando pasos torpes, sigilosos vigilando lo desconocido.
El ejército embistió la caravana con fuerza, los cruzados pretendieron luchar, desenvainaron armas, los cuernos de guerra sonaban, los escudos quedaban hechos añicos en el albor del sendero. EL capitán abriese paso en medio de cabezas mutiladas, de armaduras de guerreros que caían al compas de sus brazos, pronto el piso se vio confundido con las entrañas de los enemigos y el pastizal. Cuando ya los tenían redimidos hundieron sus dagas en los cuellos de sus rivales, sucumbieron en los gritos de guerra, en las exclamaciones airadas de victoria, la sangre bañando la orilla del manantial.
El capitán se acercó al carruaje que tiraban coyotes, con su espada abrió las portezuelas para observar la princesa de cabellos rojos, de sonrisa candil y mirada verdosa. Lo invadió el deseo animal de poseerla al instante, ella lo miraba de soslayo pero intuía los gestos oscos del guerrero, la mano deambulando suavemente por su cuello, el suspiro. Una caricia larga y fría, un luchar de cuerpos desnudos, torpes avanzando, haciéndose su propio camino, sus propios mordiscos su propio lenguaje de un placer febril y estrafalario. Un beso eterno y penetrante que hizo palidecer los gritos agónicos de los mercenarios a lo lejos, que hacían mirar ferozmente hacia más allá de la batalla, donde el bosque se entumecía en un camino febril y suntuoso.
Ahora ella admirada desde un costado, desnuda la piel marfil brillando al son de tambores, al ritmo macabro de una canción antigua, sus fauces envolviendo en un hechizo maléfico al guerrero postrado ante sus caderas, el encantamiento debilitando el fulgor de los ojos del capitán. Admirando la escena, el bosque sombrío dibujado como desde su propio devenir, su propio desvarió de robles y castaños, el ejercito occidental que prorrumpe en gritos de victoria, alzando la voz ente la sangre enemiga derramada, entre las entrañas de sus enemigos devoradas sin cesar por el inclemente sol, el manantial teñido de rojo, el joven capitán levantando una lanza, hundiéndola con gracia en el pecho de la princesa, acallando por fin sus susurros de muerte. Úntase la punta de la lanza con la sangre de ésta y dibujase en su pecho las palabras tintineantes definidas por ella en su último grito ahogado, mientras se apagaban sus ojos y las sombras de los escudos desaparecían.
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