En la cabeza de un alfiler montó su casa un gigante.
Como buen amante de la cocina, pocas cosas le entristecían más que tener que rebanar los alimentos. Cuando era el turno de la cebolla, lloraba. A moco tendido, lloraba.
Texto agregado el 21-10-2009, y leído por 434
visitantes. (12 votos)