Caminé por horas eternas. Recorrí caminos largos y oscuros. Sentí como la alegría se agotó, mientras la soledad me abrazó, para llenarme de nostalgia, rencor y dolor.
Mi vida perdió el control. Me llené de miedos, traumas, complejos y dependencias. La lluvia arrasó con mi ser. La luz se extinguió y me refugié en la depresión. Cabalgué entre sombras y fantasmas del ayer.
Fue entonces que llegué a ese lugar mágico y misterioso. Descubrí la soledad que habitaba en mi interior. Durante siete ocasiones, tres almas me recordaron y levantaron mi fondo de sufrimiento y armadura. Hasta que mi mente, se transformó en la entrada al infierno.
Cómo olvidar la llegada de aquél viernes. El sudor y el miedo paralizaron mi ser. Sólo podía escuchar los gritos de aliento, de algunos cuantos, que gritaban sin parar: “¡Ánimo, Guerrero, sí se puede!”.
El camino fue largo. Sólo quería llegar y comprar el último boleto de mi vida.
Bajé del autobús y entre al Terreno de las Debilidades Humanas. Ahí tomé asiento y plasmé, sin medida, mi vida en el fondo de aquél espacio en blanco. La batalla fue dura. La lucha parecía interminable, ante mí único enemigo: Yo mismo.
Vi caer un par de cabezas junto a mis pies. Vislumbre la realidad de una sociedad, que incluso yo, me encargué de ensuciar. Después el alivio llegó inesperado. Sin aviso. Pude verme de niño y crecer en un momento, en un santiamén.
Fue entonces cuando el lugar se inundó de llamas. El infierno subió y se comió la vida y la esperanza. Salí de aquél lugar ciego, corriendo, gritando, llorando y renegando al cielo. Pero sólo así pude escapar.
De repente. El fuego se extinguió. El calor y la paz llenaron mi alma. Pude verte de nuevo a los ojos. Conocí el verdadero despertar. Apareciste y me hablaste como el rey de reyes. Como el caballero encargado de la corte celestial. Tomaste la espada de Miguel, me hincaste y me nombraste Tu Guerrero.
Ahora, sólo debo aprender a dar mi vida y mi corazón. Entendí que no soy ni más ni menos. Soy como todos y como cualquiera. Que tengo virtudes y defectos. Pero también aprendí, que siempre caminarás a mi lado. Que con tus palabras tocaste a mi puerta; y con tu silencio entraste en mí.
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