Sólo sé que se llamaba Gonzalo. Era el Dancer estrella de los martes femeninos en nuestro club favorito. A simple vista no era nada del otro mundo. No muy alto, de grandes ojos expresivos y actitud distante, sin embargo, llamó mi atención.
Era el número principal después de aburridos vedettos con los que mis etílicas amigas habían gritado toda la noche. Ninguno me fue particularmente lúbrico, o tal vez era porque no me había tomado más que un tequila margarita frutilla y muchos cigarros.
Fue cuando él apareció. La pista quedó a oscuras y sólo sonaban los primeros acordes de Romeo de Donna Summer. Una luz central cayó justo en medio del escenario y su imagen de dios griego o héroe de mito estaba en un banquillo. Sentado y sin moverse, con su cabello bien peinado y terno a la medida. Parecía un caballero del pasado de esos de películas en blanco y negro. Llevaba en su diestra un cigarrillo que fumaba sin preocuparse y que movía al ritmo de la canción. Seguía sentado en su lustroso banquillo negro, como un trono.
Ninguna de nosotras respiraba, los chillidos se aplacaban con él. Gonzalo parecía hipnotizarlas y llevarlas más allá del sexo platónico que se respira en estos lugares.
Yo estaba embobada, delirante. Casi sentía que él sólo me deseaba y me miraba a mí. Todas lo sentíamos, pero en realidad era al revés. Lo deseábamos a él y a su imagen distante.
Sin previo aviso, se puso de pie arrojando el banquillo hacia atrás de una patada. Se escuchaban suspiros y gemidos a mi alrededor. Se respiraba deseo, se sentía la incomodidad de los calzones húmedos y el cosquilleo a ratos doloroso de la entrepierna.
Comenzó a desabrocharse con cuidado y sin perder el ritmo su terno color burdeo y luego, arrojó la corbata al público. No le importaba a quién o cómo se la disputarían, él bailaba para él y nosotras sólo éramos parte de su escenografía. Un simple complemento.
Mis amigas no lo podían creer y, a pesar de lo mucho que habían disfrutado el show anterior, éste era el premio mayor. Lo mejor que se hubiese visto y yo, ya había visto tanto.
Una de mis compañeras se preguntó en voz muy alta si haría algunos “servicios especiales”. Yo estaba segura que no, pero no le dije nada, aunque era muy fácil darse cuenta, en sus ojos se podía ver que esto era un juego para él. No bailaba para nuestro deleite, sino porque nuestras reacción y admiración lo alimentaban. Siendo médico podría haber conseguido el mismo efecto, pero no habría sido tan evidente. Como vedetto el contacto con esa fuente de energía era más directo.
Finalmente llegó a quedar sólo en pantalones. No era un fácil. Jugó un buen rato con ellos. Consiguió sacar chillidos estridentes con sus ademanes, pero no entregaría así como así el gran premio: Ver esas piernas deliciosas que se adivinaban a través de la tela. Mi éxtasis aumentaba con cada movimiento. El recorrido de sus manos por el género, las insinuaciones y las falsas alarmas.
Hasta ese momento no había necesitado gritar. En toda la noche me había comportado como un espectador más de un show que no me pertenecía, pero ahora era distinto, sentía en mi pecho cómo se agolpaba el aire por salir y como en mi mente se dibujaban las palabras más calentonas que haya pronunciado. Frases como “sácatelos ahora o lo haré yo” o “afuera esos pantalones” nunca supe si de verdad las había pronunciado o sólo fue una mala jugada de mi mente.
Hasta que lo hizo... Ahí estaban aquellas piernas que me quitarían el sueño durante meses. De hecho, pensaba en mi marido y sus piernas tan tristes, tan delgadas...
No fue necesario mirara el paquete. No me hacía falta. No con ese cuerpo y esas piernas de fantasía. El clítoris me latía y me cosquilleaba sólo con aquella visión. Para que mirar más allá.
El show acabó casi como termina un coito y lo único que deseaba era un cigarro, otro margarita y dormir. Era casi como si él me hubiese amado esa noche... O nos hubiese amado a todas, en conjunto.
Los comentarios calientes que siguieron a aquel espectáculo, hablaban por sí mismos. Cada una de las concurrentes fue llevada a distintos tipos de orgasmos mentales- y por qué no decirlo físicos- sin embargo, los ojos de Gonzalo y su rostro seguían siendo impenetrables como al principio. Ni siquiera las propinas dejadas a granel lo acercaron a nosotras. ¿Era necesario acaso?
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