No es que muera de tu amor, es que muero de mí, de ti, de los dos. Muero cuando recuerdo que te quiero, cuándo decides que los dos morimos.
Morimos callados, sin más que decir, morimos porque así lo quisimos, en silencio.
Llora en la oscuridad la torpeza de amarte, untada con lástima hacia el despojo.
Muero en breve, en el aire, en la luna. Morimos porque muero, ya no existo, entonces morimos.
¿Mueres tú, acaso amor mío? Yo muero, muero de lo real que se vio nuestro mundo, de tus labios, de tu cuerpo, de tu existencia. Más que una existencia es la figura de la mujer que revela su autenticidad. Magnifica criatura que fuiste creada para matarme, no te odio, ni te maldigo. Que yo muera, que yo ya no esté en ti, que hagas morirnos, es tu veneno.
Veneno de efecto retardado cruzó por mi sangre antes de que me mataras, lo inyectaste con tus labios, con tus manos en mi rostro, con tu presencia en mi vida.
Muero de que hayas hecho lo que nunca esperé, que me mataras con la mentira. Mentira la vida. Mentira que no estás.
Muero, morimos.
¿Qué me espera después de ti? Un sucio camino sin donde recorrer, una falsa nostalgia de recuerdo que me haga escribir, un pensar sin acabar.
Es que muero, muero de los dos, de que no estés aquí, que yo esté aquí, que yo si lo esté y tú no, muero, muero, morimos.
Morimos en el lapso del tiempo, como debería de ser, como estaba dicho, a su momento.
No me quejo de mi muerte, no lo hago, porque morí como debía: Amándote.
Muero de tus palabras tan veraces, tan exactas en mí, muero de ellas, muero de todo, de lo que somos.
Muero al escribir que muero, muero de los dos, tan solo morimos y mentimos…