Mis padres no me advirtieron de la odisea que debía ejecutar para poder conseguir un buen empleo; no me advirtieron de los sacrificios que debía hacer para mantener ese empleo; no me advirtieron de la abismal diferencia que hay entre la secundaria y la educación superior; no me advirtieron que aparte de estudiar duro debía desarrollar astucia y habilidad para afrontar la vida; no me advirtieron…
Único hijo de un matrimonio de clase media, criado como casi todos los niños de este país, con unos padres amorosos, una mamá pendiente de mis necesidades y un papá al que no le temblaba la mano para afligirme cuando debía, recibí la educación básica y mis padres hacían toda clase de sacrificios para conseguir mis utensilios. Sin embargo hubo una falencia en mi crianza, hubo un error que desencadenó un terrible efecto dominó, todavía no estoy seguro de cual fue esa terrible inadvertencia pero tengo ciertos indicios.
Es algo típico que la mayoría de los padres se preocupen por el bienestar de sus hijos, sin embargo hay unos (casi todos) que confunden esa facultad con algo llamado alcahuetería, palabra muy común del diario vivir, este pequeño pecadillo es causante de muchos problemas en nuestros niños; se vuelven perezosos, descuidados, haraganes y en ocasiones descorteses. Mi madre por ejemplo era exigente pero sufría del pecado capital de la pereza –cosa que heredé –y cuando a mi me placía hacía mis deberes escolares, si ella estaba dominada por este pecado no objetaba y era muy fácil, como dicen por ahí, pasársela por la galleta. Esto es algo igualmente común en muchos hogares, por lo que causa que los niños o jóvenes bachilleres obtengan bajo rendimiento académico y vayan perdiendo interés en el “arte de estudiar” (frase usada por mi madre).
En contraste con los padres alcahuetas o preocupados por sus hijos, están los descuidados; aquellos padres que se olvidan que tienen hijos, los traen al mundo y los dejan abandonados a su suerte. Un niño necesita motivación para estudiar, algunos nacen con esa facultad, otros no, independientemente del caso este amor por el estudio hay que cultivarlo, es como sembrar un árbol, pero si el padre es descuidado, no solo en tema escolar, sino también en lo que amor y afecto respecta, el niño encontrará otras atracciones tales como la calle, los amigos y los videojuegos, llevándolo por un camino de haraganería y flojera. Este no fue mi caso particular, pero creo que no hay diferencia entre el padre alcahueta y el descuidado, ambos te llevan al fracaso, solo que de maneras diversas.
Y otra falencia es la mediocridad, esta palabra ha atormentado mi vida desde que la oí, es un mal tan colombiano, tan humano, que no podemos estar sin ella, hace parte de nuestra cultura y nuestras vidas.
La manera de cómo llegó la mediocridad a mi vida es bastante común, a más de uno le ha de haber ocurrido que en la escuela o en el colegio –como fue mi caso –hayan una serie de personajes, una serie de compañeros que no hacen más que sabotear la gran mayoría de clases y arruinar la concentración de unos pocos, a pesar de ello, en el extremadamente tolerable sistema educativo público colombiano, estos camaradas, amantes de la pereza y la vagancia logran graduarse con el más mínimo esfuerzo posible, haciendo que el trabajo de otros, que si se empeñan por sus notas se vea algo desacreditado.
La última causa fue la principal causante de mi desdicha, la principal causante de mi falta de esfuerzo, por nombrarlo de alguna, pero lo más extraño es que mis compañeros de secundaria que eran igualmente dedicados a sus estudios y todos lograron sus objetivos y triunfaron, mientras yo me dejé vencer por la situación, por eso también sostengo la teoría de que el problema mío viene desde mi niñez y crianza, pero fue la secundaria la que destapó la “olla”, la que desató lo inevitable. Ahora lucho como la mayoría de los colombianos por un sueldo mínimo que a duras penas alcanza para sobrevivir y subyugado en un sistema sucio y corrompido.
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