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Se levantó con un movimiento jovial, imprevisto y alocado, como si fuera que hubiera estado acostándose en la cama pensando en miles de fantasías bulliciosas hasta que repentinamente recordó algo hermoso que había olvidado hacer y consideraba obligatorio realizarlo en ese precisísimo instante. Levantó la cabeza, examinó todo su alrededor rápidamente y se percató de que estaba en su habitación, entonces se tomó su tiempo para darse un profundo suspiro de satisfacción, cerró los ojos y sonrió con goce pleno e inalcanzable.

Había soñado un sueño jamás antes imaginado, un sueño fantástico, insuperable para las cortas expectativas de su mente rutinaria que vivía condenada a los tiempos prosaicos y acostumbrada a sueños triviales. Ese sueño le había estremecido de tal manera que le provocó un deseo tan grande de anotarlo e inmortalizarlo en alguna parte de la realidad que en esos momentos le rodeaba. Abrió sus ojos y en un segundo brusco e irrepetible saltó de su cama y se dirigió desenfrenado a su escritorio, comenzó a buscar una hoja y un bolígrafo para escribir, sin embargo, no encontraba nada, ni un solo pedazo de papel escondido en el irremediable vacío de los cajones o entre las malezas sucias de los estantes, ni un sólo bolígrafo decente que tenga tinta o un lápiz que sea visible a su búsqueda escandalosa de perro rabioso. Además, quizás por la ansiedad que le devoraba a pasos largos, sentía que iba olvidando poco a poco el sueño que tuvo, y que esta se constituía en su única oportunidad de impregnar aquella maravilla de quimera como una asombrosa hazaña para relatar en el trabajo. Porque a medida que el recuerdo de su sueño perdía claridad, se le despintaban las emociones que éste despertaba y ya no sentía esa satisfacción tan honda e implacable dentro suyo. Fue por eso también que su ansiedad le devoró súbitamente y sin darse cuenta, se convirtió en una ciega desesperación por anotar el sueño antes de que se le olvidara. Pensó en ir a la cocina o a la sala para rebuscarse por allí instrumentos de semejantes funciones o iguales a un lápiz y un papel, pero sabía que ese pequeño tiempo que desperdiciaría al abrir la puerta de su habitación y adentrase en las otras dependencias del apartamento se volvería perniciosamente eterno y le haría arrepentirse de por vida de cometer ese error, porque no le sobraban más de contados segundos para que se le esfume de la memoria todo indicio de su fabuloso sueño, inclusive no se recordaba de ningún bolígrafo, lápiz, hoja o cuaderno que pudiera encontrar hacia esos lugares(en verdad, tampoco se acordaba de alguno que pudiera encontrar en su habitación). Entonces, en un acto que supuso su carencia total -y a la vez, temporal- de uso de la razón y demostró con letras mayúsculas la desesperación ya incrustada hasta en las profundidades más dormidas de su conciencia, se dirigió hacia un costado de la pieza donde no yacía ningún mueble, y con sus uñas apenas apreciables, pero provistas de un minúsculo filo, comenzó a rayar la pintura de la pared tratando de escribir la frase con que había resumido todo su sueño. Primero escribió una N o algo parecido, le costó bastante porque la pintura no resultaba muy fácil de ser quitada, como pensó en el mismo momento en que corrió hasta ese rincón y clavó sus dedos contra la pared, mas le favorecieron las circunstancias, ya que la pared no se encontraba húmeda y de esa forma requeriría menos esfuerzo hacer que se noten las rayas. Después intentó trazar una curva cerrada; ya iba por la mitad de la segunda figura cuando inesperadamente oyó un ruido atormentador que provenía desde la mesita situada en el otro costado de la cabecera de su cama. Era su despertador, cuya alarma sonaba con una maldad intrépida y anunciaba las 6 de la mañana con todo el estruendo que puede provocar el mundo, la vista se le comenzó a oscurecer, y el ambiente se volvió confuso e intangible. Seguía resonando en sus oídos el ruido turbulento y no entendió en que momento la pared se escapó de sus dedos y en frente a sus ojos surgió el techo como a dos metros de altura aproximadamente. Apareció acostado, con los ojos semiabiertos y el desconcierto dando vueltas en su cabeza, preguntándose dónde se encontraba y a lado suyo, el despertador destrozando toda armonía en el aire continuaba apabullándolo sin descanso. Se percató del tiempo y se percató de la realidad, estaba soñando, y soñaba perdidamente que tuvo un sueño impensable que no pudo anotar. Solamente podía recordar eso, el peor martirio era que ya no sabía el sueño del que hablaba en su sueño, y el recuerdo que tenía del primero era limitado y opaco, debido a eso sentía unas ganas inconcebibles de volver a aquel lugar. Conocía muy bien el método, lo habían explicado varios amigos que aseguraban con plena seguridad su efectividad: si uno se despierta involuntariamente en la mitad de un sueño y recuerda tan bien y claro en que parte se quedó, entonces tiene la oportunidad de regresar a él antes de los 20 segundos de haber recobrado el sentido de la realidad. Parecía una broma poco chistosa y muy ingenua, pero todos los conocidos que le habían explicado sobre ese procedimiento lo certificaban impasibles, dejándose mostrar en sus rostros un gesto de sinceridad y hasta de gratitud por aquel descubrimiento. No pensó en la inquebrantable rutina de todos los días, no pensó en su trabajo que mantenía hace 15 años, ni en algún motivo absurdo para levantarse de su lecho y tomar un baño. En realidad, solo pensó en la técnica de recuperación de sueño de la que le habían informado y no tuvo tiempo para pensar en nada más, arremetió un brutal manotazo contra su despertador y lo despedazó por la pared en millones de partículas que terminaron en el suelo. Y finalmente echó todo el peso de las cosas, del tiempo, del espacio, de la increíble sed de dormir, del insoportable afán de abrir los ojos, sobre su almohada y se hundió en ella y volvió a soñar y se olvidó del mundo. Terminó su sueño y fue feliz.

Le pareció haber pasado un par de minutos cuando despertó en otro salto imprevisto y atarantado como la primera vez, pero ya no inundado de chorros de satisfacción que caían del cielo sino que sumergido en una tormenta sorda de incertidumbre, porque desconocía la cantidad de minutos que había dormido, y cuando miró su despertador se sorprendió desaforadamente, eran las 11 de la mañana.
Entonces y sólo entonces pudo comprender la fina raya que existe entre el delirio y la cordura, entre la imaginación y la realidad, entre la magnitud de un deseo y la credibilidad de un suceso, cuando miró al otro lado de su cama y divisó en la pared un conjunto de palabras retorcidas escritas a rajuñazos limpios en donde se leía: NO FUI AL TRABAJO Y ME QUEDE DORMIDO.

Texto agregado el 18-10-2009, y leído por 144 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-11-2009 Está muy bueno , me gustó mucho, que cosa fea olvidarse de lo que uno sueña si un instante antes se recordaba perfectamente =D mis cariños dulce-quimera
26-10-2009 Desopilante trabajo, muy ocurrente, me hizo terminar de leerlo sin poder reprimir mis carcajadas. Pienso que este sueño, con tanto viso de realidad, te debe servir de experiencia. Yo, de modo indefectible, antes de dormirme, me aseguro de tener papel en blanco y bolígrafo, lo más cerca de mi mano. Por lo que parece algún antecedente o aviso de precaución ya habías tenido, como para habernos transcripto, con tanta fidelidad, tu sueño hecho realidad. A pesar de no haberlo separado en párrafos, se puede disfrutar igual, está muy bien escrito, es ágil de leer. 5* Susana compromiso
 
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