A mi no me gustan las despedidas. En la despedida, en cualquiera de ellas, aunque sean esas de carácter sencillamente temporal, se respira el aire del preludio de la falta.
Cuando falta una parte de ti, duele. Se desgarra el estómago en histéricos gemidos que claman al cielo lo que les ha sido arrebatado. Los gemidos se vuelven agujeros, y los agujeros también duelen.
Y en el atrio de los silbidos, el viento predica su Ley.
Es la ley de la contrafuerza. De la dualidad. Del pulso permanente del silbar más fuerte. Una fuerza es el sentido; la otra, la falta de sentido.
Una fuerza es el sacrificio; la otra, la supervivencia. ¿matar a los razonamientos para que el corazón siga vivo? -¿Merecen eso los razonamientos?; ¿merece eso, el corazón?
Dotados del sólo impulso de felicidad inmanente, nosotros viajamos en el azar de los caminos posibles, que desafortunadamente, son todos los caminos. Y todos, quizá son demasiados..son tantos que ya no entendemos ese impulso, sino sólo: los caminos.
Y todo esto es, sencillamente, un laberinto; sólo hay que esperar que el minotauro, nos encuentre. Está al acecho de su comida. Él es la fuerza de nuestro sacrificio. Nuestra supervivencia es la otra fuerza. Luchan en pulso contínuo; una buscando, la otra zafando. Y todo es lo mismo.
Hay los que se zafan, y también los que acaban convirtiéndose en comida. Nosotros lo que preferimos es no ser ni una cosa ni la otra. Ser el pulso contínuo: lo inacabado. Mantener la condición de infinitud; de inconclusión.
Al fin y al cabo, incluso el tiempo también es eso, un contínuo inacabado que evoluciona sin principio ni final. |