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Manón es pobre. Pobrísima. Vive en una casa gris y descascarada que heredó de sus padres. El jardín, luminoso, tiene el pasto my alto y lleno de malezas. De la mata de rosa mosqueta plantada por su mamá no queda ni rastro. Lo único entero y mantenido que tiene es el tejido de gallinero que lo cerca. Para que no se escapen los gatos.
Manón ama los gatos. Tiene veinticinco y recuerda el nombre de cada uno de ellos. Jamás se equivoca al llamarlos, aunque a simple vista o para el ojo no experimentado sean todos iguales: barcinos.
Vive por y para ellos: los cuida cuando están enfermos, los abriga cuando tienen frío y los vela, llora y entierra cuando mueren.
También los alimenta, y ése es su mayor problema.
El día que empecé a trabajar me advirtieron sobre ella
—Vas a ver una mujer que usa mucha ropa, una cosa arriba de la otra: dos polleras, un gorro encima de otro, pantuflas con varios pares de medias y un tapado gris. Parece vieja. No dejes de vigilarla. Seguila siempre.
Después me explicaron que no era una ladrona común ni una descuidista de supermercado, de ésas ávidas de emociones fuertes que se conforman con robar alguna chuchería. No, Manón, aunque no parezca, es casi profesional, me dijo mi jefe, sistemáticamente roba comida y juguetes. Para los gatos.
Desde que la vi quedé seducido e intrigado por el secreto misterio de esa mujer de ajados ojos grises, transparentes.
Obediente a la primera orden no dejé de seguirla. La seguí hasta su casa y aprendí mucho sobre ella. Con el tiempo casi llegamos a hacernos amigos.
Pero no pude evitar que robara. No pude.
Ella empezaba a caminar entre las góndolas y como al descuido, mirando hacia otro lado, embolsaba paquetes de ración que escondía en los gigantescos bolsillos de sus múltiples sacos. Nunca supe como hacía para, sin mirar, elegir los más caros. Recomendé al supervisor que los cambiara de lugar, pero ni aún así pudimos engañarla.
Siempre compraba algo, barato, por lo que se liberaba de que la revisaran. Además nadie la hubiera tocado, ni a su ropa, ni se le hubiera acercado demasiado. Por el olor. Era tremendo.
En mi segunda semana de trabajo quise dejarla en evidencia. Claro, era “el nuevo” y quería hacer méritos. Ja! “el vigilante del mes”, idiota. Nunca pensé que la loca iba a ser mi derecho de piso.
—Señora, le voy a pedir que se saque el tapado y vacíe los bolsillos —le dije con la voz más segura e impersonal que pude, a la salida de las cajas.
—¿Cómo? —me miró indignada.
—Señora, sabemos positivamente que en el bolsillo derecho tiene un kilo de WHISKAS sabor salmón y en el izquierdo dos ratones a cuerda y una madeja de lana roja.
—Usted ¿me está acusando de algo? ¡Cómo se atreve! —y sin dejarme chistar agregó— ¡Quiero hablar con el encargado de la sucursal!
Cuando miré a mi alrededor, buscando apoyo, vi que el mundo entero hacía fuerza para no reirse. Llegó la encargada, taconeando apurada, y antes que Manón la viera me palméo la espalda y con la boca apretada me dijo:
—Bienvenido pibe!

Texto agregado el 18-10-2009, y leído por 158 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-05-2010 Muy bueno. estuve a tu lado y allado de Manón en el Disco o Chip ya no se como de les dice. Hace un tiempo que no estoy. saludos. Me gustó. Mariela louyann_
30-10-2009 tremendo cuento, me gustó mucho tiene humanidad! DIVINALUNA
19-10-2009 Me gustó.Hay sintesis,pero sin que pierda sustancia.No golpea por debajo de la cintura.Agradable y bien escrito.Saludos escofina
18-10-2009 Bien contado. Muy bien firpo
18-10-2009 ES COMO VER UN CORTO CINEMATOGRÁFICO. ME GUSTÓ MUCHO. elipolaca
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