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En el sombrío interior del Castillo de piedras, en su andar eterno, late un único recordatorio: ¿ Quién me dio permiso a la vida?
Se llama Quien Sabe y desde entonces vagabundea o recorre en estado de alerta y en completa desnudez todos los recintos y remotas escaleras; muchas veces mira con aprensión hacia todas partes husmeando una amenaza, pero todas las partes del Castillo están desiertas, salvo su gran habitación donde hay muebles vetustos que nunca usa porque cada vez que lo intentó le resultaron insoportablemente incómodos lo mismo que la ropa que nunca pudo ponerse.Y ya que todo le es enorme y dificultoso, salvo su perenne andar, va de un lado a otro y esto lo redime un poco nada más de algúna forma de frustración; cabría decir que no tiene más remedio entonces que caminar incesantemente, o que sólo quiere hacerlo ya que nunca puede acostarse y por lo tanto desconoce casi todas las restantes acciones: las comunes o habituales son para Quien Sabe constantes enigmas que ya no podrá resolver. Su peso no lo explica todo porque no es un mastodonte ni un gigante; podría decirse que no es casi nada, cualquier brisa que se filtre por las rendijas o imperceptible abertura lo eleva como una pluma y eso cambia su modalidad a un vuelo incierto, sin derrotero. En realidad es como un animalito gastado por los siglos pero sigue sin poder recordar que sucedio tan siquiera un rato antes. Como carece de la facultad del pensamiento reflexivo, una vez en el suelo continúa su camino sin ton ni son. Cierta vez,en forma casual, estuvo colgando de un ventanuco que le permitió enterarse del foso que rodeaba el gran Castillo de piedra aislándolo del fértil valle no muy lejano donde vivían toda especie de animales, muchos de ellos depredadores, temibles, salvajes y perentorios. También se enteró de un río, más bien - dada su pacificidad-, de un lago que se ensanchaba constantemente y de árboles que inclinaban sus ramas para beber de él. Pero a Quien Sabe todo eso le está vedado. Ha buscado, es cierto, ser diferente a como es y raspó unaz partecita de la gruesa pared del Castillo con un metal que no le hacía mella. Inesperdamente descubrió por otra parte, diversos juegos escondidos quien sabe por quien, arrumbados en un desván gatero. Quiso aferrar una de las piezas incógnitas del juego y la dejó con estupor; igual hizo con uno de los dardos que no asoció con el blanco que le estaba destinado adonde se dibujaban simétricas circunferencias de colores fuertes y que estaba adosado a una manpara reluciente de gran espesor. Cómo no supo qué hacer todo aquello lo importunó. Es evidente que Quien sabe, no sabe nada, salvo que tiene permiso para vivir.

Texto agregado el 17-10-2009, y leído por 167 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-11-2009 mmm.. hace bastante tiempo que no leí algo tan bueno , me gustó mucho . acuarela_gris
05-11-2009 Atrapante narración deja en la boca el sabor de querer un poco mas... mis 5* eruda_22
20-10-2009 Me gustò, bien escrita lmarianela
17-10-2009 Quién sabe? a lo mejor la vida le enseñe a vivir. canceriana
17-10-2009 Magistral narración. Me encantó. susana-del-rosal
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