La perfección es terrible: no puede tener hijos. 
Fría como el aliento de la nieve, tapona la matriz 
 
donde los tejos soplan como hidras, 
el árbol de la vida y el árbol de la vida 
 
liberando sus lunas, mes tras mes, sin ningún propósito. 
El flujo sanguíneo es el flujo del amor, 
 
el sacrificio absoluto. 
Significa: no más ídolos salvo yo, 
 
yo y tú. 
Así, en su encanto sulfuroso, en sus sonrisas 
 
estos maniquíes se apoyan esta noche 
en Munich, morgue entre París y Roma, 
 
desnudos y calvos entre pieles, 
caramelos naranja en palo de plata, 
 
intolerables, sin mente. 
La nieve deja caer fragmentos de oscuridad, 
 
nadie cerca. En los hoteles 
manos abrirán puertas y dejarán 
 
zapatos gastados para un lustre de carbono 
en los que gruesos dedos encajarán mañana. 
 
Oh, lo doméstico de estos escaparates, 
los encajes de bebé, la confección de verde follaje, 
 
los macizos alemanes dormitando en su Stolz sin fondo. 
Y los teléfonos negros en las horquillas 
 
brillando 
brillando y digiriendo 
 
la ausencia de voz. La nieve no tiene voz. 
 
 
Sylvia Plath
  |