Lucía abrió el armario que había al final de la bancada de su cocina. No encontró el kilo de harina que creía tener empezado,así que miró en la despensa y cogió uno de los que allí reservaba. Ya había retirado del fuego el sofrito de tomate,cebolla,pimiento y berenjena con el que había salteado la carne picada. El olor que impregnaba su cocina se extendía ya por toda la casa,algo que a ella siempre le molestaba,pero que hoy le era indiferente..
Mientras mezclaba la harina con el agua para hacer la masa de la empanada,Lucía escuchó un ruido que supuso sería del juguetear de Lulo. Lulo,su gato siamés, mordisqueaba retozón los dedos de la mano derecha de Miguel,que colgaba hasta el suelo,mientras este estaba plácidamente tumbado bocabajo en el sofá tapado hasta el cuello con una manta. Lucía se acercó para asegurarse de que todo estaba en calma,lo hizo despacio,cojeando,con dolor,pero sin lamentos. Llegada al borde del sofá miró a Miguel y en sus labios hinchados quiso dibujarse una sonrisa.
Tras volver a la cocina y extender la masa se dispuso a poner sobre esta el sofrito con la carne picada junto con los huevos cocidos que tenía ya troceados y que reservaba en el frigorífico. Aunque lo sabía,poco le importaba que Miguel fuera alérgico a la proteína del huevo,de todos modos,él no iba a probarla. Ya hacía tiempo que Miguel apenas comía nada que ella cocinara ,pues,según él,ni eso sabía hacer.
Una vez que ya había metido la empanada cruda al horno, se dirigió al baño para darse una ducha,realmente la necesitaba. Tuvo que apoyarse varias veces en la pared del pasillo para poder llegar,de hecho,apunto estuvo de caer un par de veces en el corto pero a la vez largo trayecto. Todos sus huesos le dolían,todos y cada uno de sus movimientos,todo.
Desnuda ya frente al espejo,recorrió su amoratado cuerpo con la mirada de arriba a abajo. Recordó entonces el día en que Miguel cumplió treinta y dos años .Ese mismo día recibió el primer empujón,al que,con el tiempo,sucedieron toda clase de insultos,patadas y puñetazos.
Ya terminada la ducha y sintiéndose más relajada,se vistió con el pantalón que mejor le sentaba,la camisa que mas le gustaba,los zapatos mas cómodos y ,más que maquillarse,intentó disimular las marcas de los golpes del día anterior.
Volvió,no sin sufrimiento,a la cocina y tras comprobar que la empanada ya estaba del todo cocinada,retiró la bandeja del horno para ponerla sobre la encimera y dejar que se enfriara un poco antes de probarla. Se quedó unos instantes mirándola,inmóvil,como petrificada.
No había comido nada desde la mañana del día anterior,pero aun así no tenía hambre,sentía como si tuviera el estómago lleno de piedras,pero de todos modos quería comerla,debía comerla. Además,pensó irónicamente,la noche sería muy larga y no le vendría mal tomar algo. Así pues,cortó un trozo que puso en un plato y lo dejó sobre la mesa.
Recordó entonces que debería dejar agua y comida preparada para Lulo antes de marcharse,y así lo hizo,colocando sus cuencos llenos en la galería de la casa,contigua a la cocina,donde también tenía su cesta el gato para dormir. Al girarse para llamar a Lulo,su mirada se cruzó inevitablemente con el plato que había dejado en el centro de la mesa y en el que reposaba la pequeña ración de empanada que con anterioridad había partido. No aguantó más. Se sentó frente a él,cogió la porción que había cortado y mordió.
Sin apenas masticar el bocado lo tragó,y de nuevo volvió a morder,y tragar. Así una y otra vez ,cada vez con más rabia,con más ira,casi devorando,como las fieras que llevan días sin comer. Sus lágrimas empezaron a brotar entonces con fuerza,hasta casi provocar que se atragantara, y una vez hubo metido el último bocado en la boca, lanzó el plato todo lo fuerte que pudo contra la pared, como si quisiera tirar con él todo su sufrimiento,toda su amargura,toda su desdicha.
Quiso calmarse de golpe,tomó aire,pasó sus manos por su cara,como queriendo eliminar el rastro de tan violento momento de su rostro,esperó unos segundos y comenzó a llamar a Lulo. Era el momento de irse.
Viendo que Lulo no acudía a su llamada, no le quedó más remedio que volver a buscarlo al salón,donde lo vio por última vez,para recogerlo y dejarlo en la galería,donde ya le había dejado todo preparado. Entró a la estancia,pero no llegó a verlo en un primer vistazo y, despacio,decidió acercarse al sofá donde seguía tumbado Miguel Fue entonces cuando percibió como algo se movía bajo la manta que cubría al hombre
.Sin pensarlo dos veces,Lucía destapó a Miguel y allí encontró,bajo la manta, a Lulo con la cabeza ensangrentada lamiendo las heridas que habían causado la muerte a este.
Lucía inspiró profundamente al tiempo que revivía en su mente,una por una,las siete cuchilladas que,en un incontrolable impulso de ira y venganza,asestó a Miguel tras recibir de él la enésima remesa de golpes. Creyó volver a oír el último suspiro que el hombre soltó al caer herido de muerte sobre el sofá. Pero ni aquel suspiro,ni el verle ya muerto ,habían saciado las ansias de venganza de Lucía.
El cuerpo de Miguel,desnudo de cintura para abajo,mostraba en su muslo izquierdo una profunda herida. Lucía le había rebanado,como si de un grueso filete se tratara,un trozo de su carne,carne que había picado,había salteado con el sofrito de verduras y que había sido el ingrediente principal de la empanada que había cocinado y comido. Era consciente de que tan macabro hecho haría que la tildaran de loca e inhumana,que,sin duda, agravaría la condena que habrían de aplicarle,pero ella,en cambio, estaba serena y sosegada,solo sentía que había puesto más peso en su lado de la balanza.
Así pues,cogió a Lulo entre sus manos,lo acercó hasta su cesta,junto con los cuencos de agua y comida y lo acarició a sabiendas que no volvería a verlo. Cerró la puerta de la galería y,aguantando el dolor físico que, sumado al cansancio ya empezaba a ser terrible, se dirigió hacia la puerta principal de la casa. Pensó en llamar un taxi,pero lo descartó,solo tenía que cruzar dos calles para llegar a la comisaría más cercana. |