Recuerdos de un pasado.

Cr…..cromo, perro inglés….dog, verano….-Pensaba María Elena, niña de unos doce años; flacuchenta, pelo castaño, ojos claros, café miel.
Se encontraba sentada en una pequeña banqueta, traída desde su casa, junto a un par de revistas Ritmo y Mampato, además de un lápiz negro y goma.
Estaba haciendo “cola” en un almacén cercano, ya que su madre tenía que quedarse en casa preparando almuerzo.
Verano es estío…. –Le dijo una voz - ¿Pa’ qué es esta cola? Le preguntó un vecino, poco mayor que ella.
La niña se sonrojó, su corazón se aceleró; sin embargo, intentó no titubear.
No sé, mi mamá me mandó, parece que es para comprar detergente.
Ojalá sea verdad, el otro día estuve cuatro horas en una cola, creyendo que era para comprar azúcar y resultó que vendían cigarrillos; mi mami se enojó un poco, pero igual le sirvió.- Hablaba entusiasmada la niña-.
¿Qué estai haciendo con la revista? A mí también me gustan los puzzles, ¿te puedo ayudar?
Se entretuvieron por un par de horas, mientras la cola se hacía cada vez más larga; cuando ella llegó, había unas catorce personas, ahora la fila doblaba la esquina.
A lo lejos, venía su madre, tratando de hallarla en medio de tanta gente.
¡Hola Marcelo! ¿Cómo estás?- saludó la señora-.
Bien, gracias señora María-contestó el muchacho.
Hija, yo me quedaré, ahora anda a almorzar y te quedas con tu abuela hasta que yo regrese. -Ordenó-.
La señora Elena era una anciana enferma de cáncer al estómago, cosa que ella no sabía. Estaba postrada en cama desde hacía casi un año y vivía quejándose de hinchazón, lo que la hacía eructar constantemente.
Padecía de sordera, por lo que cuando el médico le dio el diagnóstico de su enfermedad, no escuchó muy bien; esa vez fue acompañada de su hija, la madre de María Elena.
María, ¿dijo el doctor que tengo cáncer?- preguntó la vieja.
¡No mamá, dijo cansancio, tiene que estar en cama para descansar; es que usted no oyó bien!-le mintió-.
A su hija siempre le quedó la duda; ¿no oyó o no quiso escuchar?
La anciana siempre le tuvo terror a la muerte por lo que era comprensible que hubiera puesto una barrera auditiva a esa palabra tan sentenciosa, cáncer.
La pequeña María Elena partió con su banqueta y las revistas a su casa, con el corazón lleno de regocijo. ¡Estuvo cerca de dos horas haciendo puzzles con Marcelo! Qué entretenidas eran las colas si él estaba cerca.
¿Cómo está abuelita?- decía mientras le acomodaba las almohadas-.
¡Como todos los días!, hinchada. No sé cuándo se me pasará.-decía malhumorada-.
Menos mal que Claudito jugó conmigo a las cartas. ¿Dónde está tu mamá? Dijo voy y vuelvo y aún no regresa.
Está en la carnicería tratando de conseguirse un poco de carne, recuerde que tiene que alimentarse bien para que mejore pronto.-le decía su nieta-.
La señora tenía un pequeño televisor con el que acortaba el día.
M’hija, enciéndame la tele para ver las noticias.- La niña sintonizó el canal nacional-.
¡Pero qué horror!-reclamaba-¡Toda la gente que marcha al parque para apoyar al viejo chico! (decía, por Allende). Tanta mujer con los hijos colgando. ¡Mira!¡ Todos los hombres que van, qué horror!¿A qué hora trabajarán, digo yo? ¡Y esas micros, llenas de gente, algunos hasta van colgando de la pisadera, todo por ir a una marcha? Y todo por ayudar a los rotos (era su forma de referirse a los pobres), ellos nunca cambiarán.
Era una mujer difícil, pero a medida que aumentaba en años, también crecía su rechazo a toda persona pobre, gorda o morena.
¡Abuelita! Ellos sólo quieren ser menos pobres, que los ayuden. -Defendía la niña-.
¡Que los ayuden!¡Si son unos flojos!, no quieren ayuda, quieren que se lo den todo en bandeja.
La nieta tenía mucha paciencia, pero se le hacía muy difícil comprender la actitud de la anciana.
Al día siguiente, María Elena despertó abruptamente por unos ruidos que en el primer instante, no sabía describir; miró por la ventana y vio pasar aviones, ordenados como si fueran una bandada de pájaros migrando…
¡Qué extraño!, aún falta una semana para la parada militar, ¿porqué se prepararán tan anticipadamente para el desfile?- Se sentía confusa, era mucho el ruido, la casa de madera estremecía-.
¡Parece que se están tomando La Moneda!- entró su mamá, agitada, por lo que oía en la radio-.
¡Parece que es un golpe militar! Esta vez creo que va a resultar; espero que así sea, estoy aburrida de tener que hacer colas para conseguir alimentos, espero que ahora vivamos tranquilos. Tu papá me preocupa, espero que pueda devolverse a casa, dicen que están revisando todos los vehículos y se llevan presos a los extremistas.- Qué contenta estaba su mami-.
¿Qué pasa María? -Llamaba la abuela-.
Las dos mujeres estaban muy contentas, ambas, por distintas razones; en las calles se percibía un ambiente tenso, mortecino. Se sentían camiones militares pasar por la avenida; de vez en cuando, el ruido ensordecedor de tanques; ya no se pudo salir más a las calles.
María Elena estaba triste, nada sabía de política, ella lamentaba saber que no haría más colas junto a Marcelo.