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Entró al ascensor, recostó la espalda contra el acero inoxidable y lo siguieron tres personas que llenaron la cabina. Con cordialidad pidió marcaran el 7º como destino.
La puerta se cerró y el silencio se instaló entre los cuatro pasajeros. El gordo de saco apretado y la empleada de anteojos se bajaron en el 4º, la mujer de perfume importado siguió con él hacia arriba. El silencio se interrumpió cuando un ruido sordo y un apagón pusieron fin al viaje, la luz de emergencia se encendió y la mujer del perfume hizo el primer comentario.
_Lo que faltaba!.
_No pasa nada._ Dijo con tranquilidad, notando los instantáneos nervios de su compañera
_Le parece, con la mañana terrible que tengo?
_Ya no la tenés. Por ahora se suspenden las actividades hasta que nos rescaten.
_Rescaten?._ Gritó ella, agregando que le parecía exagerado el término.
No contestó y trató de no hacer comentarios que no contribuyeran a la tranquilidad.
La mujer apretó el timbre de alarma e insultó en vos baja mientras se acercaba a la puerta y gritaba que los vinieran a sacar.
Qué buen perfume despedía ese pelo largo y ondeando que le caía por los hombros y cómo se movía con los gestos de la mujer.
_Tranquilizate, ya van a sacarnos, no ganás nada con ponerte mal._ Dijo con la mejor onda.
_Discúlpeme. Me pongo como puedo._ Enfatizando el trato de usted como para marcar distancia.
Se la quedó mirando sin saber si putearla o darle un beso. Dejó el portafolio en el piso porque le pesaba atravesado en la espalda. Se resignó a mirarla en la cabina, golpeando la puerta de acero, llamando a los ordenanzas, miviéndose con agilidad y esparciendo ese perfume espectacular en el pequeño espacio que los contenía.
Recordó que esa mañana se había perfumado a pesar de no hacerlo nunca, había elegido el saco de corderoy que tanto le gustaba y estrenaba portafolio de cuero para las carpetas que llevaba a cuestas. Concluyó que todos esos detalles no distraían a la mujer de su enojo. De un lado al otro, seguía gritando sin prestar atención a su acompañante de prisión.
_No va a hacer nada?._ Preguntó mirándolo de frente.
_Lo estás haciendo todo vos._ Contestó con tranquilidad y paciencia.
_Por supuesto, me estoy encargando de todo._ Gritó furiosa.
_Lo hacés muy bien. Qué podría aportar en este caso?._ Agregó sonriendo y mirándole el escote debajo de la blusa.
_Haciendo algo como la gente!. Grite, golpee la puerta!.
_Ya nos escucharon, el edificio está lleno, si no abren es porque no pueden o están en eso. Dáles tiempo.
_Tiempo, tiempo?. Con la mañana que tengo?._ Contestó con las manos en la cintura, el escote agitado debajo de la blusa y ese perfume que llenaba la cabina.
_Sí. Tiempo, tiempo!. Date tiempo, no te queda otra. Aquí no podemos hacer nada, salvo esperar. Y te pido que te quedés quieta porque empieza a hacer calor y el aire se enrarece.
La mujer lo miró sorprendida, dejó caer sus brazos junto al cuerpo, serenó su cabeza y relajó su escote debajo de la blusa. Lo miró sonriendo a escasos cuarenta centímetros de distancia a punto de decir algo. Él le sostuvo la mirada, arqueó las cejas para remarcar la contundencia de la circunstancia y guardó las manos en los bolsillos del saco.
El ascensor arrancó de un golpe y llegó al 6º piso. Ya afuera, alguien preguntó si todo estaba bien, los rescatados sostuvieron un segundo más la mirada, la mujer salió del ascensor, el hombre cruzó su portafolio en la espalada y entre gracias y disculpas se separaron en el hall.
Ese perfume, pensó mientras se asomaba al ventanal y miraba la ciudad allá abajo. El escote, el pelo, las maniobras para golpear, los llamados a los ordenanzas.
Una mano en el hombro lo sacó de sus pensamientos. Solo bastó girar para ver que era la mujer del perfume, parada frente a él.
_Ya me calmé, ya dejé la mañana para otro día_ Dijo mirándolo a cuarenta centímetros de distancia.
Un café fue la excusa para dejar el edificio lo más rápido posible. Bajar por las escaleras, la táctica inteligente para no desviar el curso del destino. |