Como aquel poema que un día se escuchó, en medio del cementerio se profesaba un extraño amor, solo se escuchaba el sonido del viento helado bajo la luz opaca de la luna, era duro y nada le hacía daño, no le importaba si el resto del mundo no estaba de acuerdo con su existencia, casi ni se apreciaba, era un amor sin límite, nunca se supo si era demasiado o sencillamente nunca fue nada, contemplado por el vacio que solo una persona al otro lado del mundo puede sentir, estaba ahí, a la espera de que algo sucediera, aunque muy admirado por todos pues nada le afectaba, nadie lo envidiaba, nunca hubo el motivo para una discusión, todo era agraciado, un amor tan único que tenía su propio aroma, su propio color, no necesitaba de una sombra que lo cuidase porque permanecía en un mismo lugar y tenía un pequeño problema. tenía su propio aposento, era madera en forma de caja a unos cuantos metros bajo tierra, era un amor tan frio como un cadáver, no había tiempo para los detalles, para las palabras dulces, era un sentimiento tan muerto que la luz del sol no conoció su belleza porque cuando se creyó que algo nuevo y hermoso estaba por nacer, solo hubo tiempo para ver el parpadeo de la llamada ilusión en un segundo del amanecer y duró tan poco que en el mismo instante murió para quedar enterrado esperando entonces a que otro ser reviviera en él, el anhelo de conocer el intenso aroma de las pasiones y el adonis de un nuevo día.