Inicio / Cuenteros Locales / gui / La super indumentaria
Cuando Superman supo que un avión había derribado las torres gemelas, deprimido por no haber estado disponible en esa instancia, colgó su traje de hombre de acero con capa y todo y se retiró de la vida pública con su alter ego Clark Kent a cuestas. Un vagabundo encontró las indumentarias en un tacho de la basura y como andaba medio desprovisto de vestimentas, se las probó y se dio cuenta que tenía superpoderes y su ojo avizor le indicó que había llegado su minuto de gloria y emprendedor como era, acarreó cuanto tacho de basura encontró y se aseguró comida para todo el invierno. Más tarde, con su super estómago repleto, pensó que debía ampliar sus horizontes y se empleó como cuidador de autos en las afueras de un centro comercial. Todo lo que tenía que hacer era levantar los vehículos a pulso y acomodarlos en los lugares disponibles. De ese modo, ganó mucho dinero, lo que le permitió conseguir un cupo en la mejor hospedería de Nueva York. Pero el hombre, como ya sabemos, era una lumbrera en lo que a negocios se refiere y más tarde se dedicó a transportar personas a diferentes estados cobrando una módica suma. Gracias a esos ingresos, pudo comprar madera para construirse una modesta vivienda en un terreno que pertenecía a un negro del Bronx, el cual le cobraba una pequeña renta. Pronto nuestro hombre conoció a una chica dominicana y como tenía claro que ninguna mujer debía conocer su verdadera identidad, se colocó nuevamente sus vestimentas de vagabundo y la cortejó con sus mejores palabras. En una de aquellas andanzas, dejó su traje abandonado y este cayó en las garras del negro, quien tentado como era, se lo probó y se transformó en el Supernegro. De inmediato comenzó a lucrar con su nueva condición y asaltó cuanto banco encontró a su paso, recaudando en su delictiva acción la nada despreciable suma de cinco millones de dólares, lo que le alcanzó para comprarse una lujosa mansión en Manhattan, para hacerse una costosa cirugía que lo dejó igualito a Sammy Davis Junior y para asegurar a toda su oscurecida prole. Ya de poco necesitaba la indumentaria de Supernegro así que la dejó abandonada en las afueras de Brooklin. Allí la encontró un sudamericano, quien tenía ideales libertarios por lo que se transformó en el Superrevolucionario que logró conseguir grandes adelantos para su pueblo. De allí la ropa pasó a las manos de un daltónico, de un hotelero, de una camarera, de un profesor, de un policía y todos ellos lucraron a su manera con esa famosa indumentaria. Ahora está en las manos de un anciano de noventa y cinco años, quien lo usa como pijama y su octogenaria esposa reclama a diario porque el carcamal no la deja pegar pestaña…
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Texto agregado el 08-06-2004, y leído por 365
visitantes. (4 votos)
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Lectores Opinan |
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09-06-2004 |
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prodigiosa imaginación, sorprendente relato, además de la enorme cuota de humor, excelente
saludos y estrellas india |
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09-06-2004 |
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!Qué imaginación!. Me asombras. Eso lo quisera ver plasmado en un una comiquita...
Me he reido mucho.
Solamente faltó que un ornitorrinco encontrara el traje y se convirtiera, con superpoderes, en el pato Donald, para quitarle par de millones al Tio Rico.
Yo, con los calzoncillos me conformaba.... rodrigo |
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09-06-2004 |
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jajaja, A mí me gustaría encontrar irado por ahí el traje de Gatúbela, uy! vieras las cosas que haría, o a lo mejor el Batichica así sería "guena" y "buena" a la vez.
La lata es que hay quienes encuentran trajes que les quedan como poncho, otros se ponen unos con gorritos demasiado apretados que les terminan por achicar la mente y hay otros, bien especiales, que son buenos y dulces y les dá por colocarse trajes oscuros, con pasamontánas oscuro así como de malos. Estrellitas para tí, y besossssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss, anemona |
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09-06-2004 |
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¡Qué imaginación! ¿ Con la indumentaria se alcanzan poderes? de eso saben mucho los políticos, pero les dura poco el poder, o mejor, el convencimiento. La mejor forma de quitar el disfraz es escribir, por eso los políticos nunca escriben sus discursos. Un beso maravillas |
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