Encuéntrame
La luna era algo mas que sólo eso para él. Era su amante y siempre sería eso, a menos que...
—Jajaja, por Dios, José. Debes estar bromeando.
—Si, imagínate tu con una chica. No las tengas, no sufras ¿o quieres verte como nosotros?
Ese comentario de sus amigos de bar lo regresaron a su idea de que solo estaba mejor.
—Tienen razón. ¿Por qué dije eso?
Porque me siento solo, pensó. Porque he llegado a sentirme vacío. Y él sólo había provocado y dicho que jamás necesitaría de una mujer, y por qué no, claro que disfrutaba como cualquier otro hombre verlas pasar, pero no le era suficiente, necesitaba tocarlas, sentirlas, admirarlas completamente de cuerpo entero sin tener que desviar la mirada cada que una mujer le mirara como un hombre mas del montón que se dedicaba a pervertirse en sus pensamientos.
Estaba en blanco. Sus amigos continuaban hablando y él los miraba con unos ojos perdidos concentrándose en sus ideas de una mujer ideal.
Habían cambiado de conversación y ahora hablaban de sus próximas tocadas con su grupo de punk. A veces, el solista que se presentaba en el bar no los dejaba escuchar sus propias voces, pero no podían negar que sus canciones de Eric Clapton y otros cantautores hacían el ambiente en el Recco Becco.
Se levantó y abrió una de las ventanas que daban a una de las calles del centro desde donde podía observar algo de la fachada del Palacio Municipal y algunas personas inconformes con pancartas frente al edificio. ¿Sobre qué? Jamás le importó a José. Pero ya era tarde en ese momento y ninguna persona pasaba por aquellas calles.
—¡José! —se sobresaltó al escuchar— ¿Qué haces ahí? Ven con nosotros.
Entró de nuevo al edificio, cruzó el negocio, la barra, las escaleras y salió sin decir mas.
Su casa no quedaba lejos, vivía cerca de la zona universitaria. No le importó caminar los tres kilómetros de distancia por la oscura y solitaria avenida de Carranza; el quería pensar, razonar y ya no mas estar solo, a pesar de que esa fuera una de las cosas que mas amaba. ¿Pero cómo? Aun se preguntaba, si el siempre había dicho que lo mejor que le había pasado era el no tener a alguien en quien ocuparse, alguien en quien pensar y seguir con aquel sentimiento que trastornaba a la gente de una manera no muy buena para un hombre.
Entró a su casa sin percatarse que la luz de la habitación de sus padres estaba encendida, esperándolo, pero el pronto entró a la suya. El maullido del gato de la casa trasera no lo dejó dormir de una vez y los pasos de su mamá lo ponían nervioso, pero al fin y tras pensar algunas cosas de ese día, se durmió.
Era ella, la vio salir de una tienda cualquiera y sus ojos la seguían por doquier. Debía ser ella y estaba seguro de que ella correspondería su amor, si, amor a primera vista.
La siguió por las calles del centro. Caminaba elegantemente y algo sexy para su gusto. Ses caderas eran anchas pero no exagerando su cuerpo, no era delgada, pero no era de mal ver, además de que su forma de vestir no le quedaba nada mal: unos jeans a la cadera, una blusa de ombliguera muy ajustada y sin llegar a lo vulgar y claro, muy guapa.
Se detuvo al fin de tres cuadras largas en una parada de autobús, le hizo la parada a la ruta 10, pero algo raro había en ese autobús, pues era mas angosto y corto. Corrió para alcanzar al mismo autobús y poder ganar un lugar junto a ella, pues había mucha gente formada para entrar, la tenia que conocer sin importar si tenia pareja, esposo o hijos.
Ella se sentó en medio del autobús, en el cual, él al subirse, notó que ninguna de las personas que habían subido, estaban a dentro. Parecía vacío, pero el no se fijo en esos detalles. Se sentó a su lado.
—Disculpa, no pude evitar ver que traes un libro en la mano —del cual no se dio cuenta hasta que pensó en un tema de conversación para empezar— ¿Qué lees? Es mera curiosidad.
—Oh, si, emm. Leo algo de Cuauhtémoc Sánchez. A decir verdad es mi primer libro.
—¿Y te esta gustando ese libro? —su voz era algo cortada, pues con lo nervioso se le hacía un nudo en la garganta, algo que siempre detestó de él.
—Pues...
De repente el autobús pasó un tope demasiado rápido y los dos saltaron de sus asientos. Como habían estado distraídos, en ese poco tiempo, el autobús había tomado una ruta desconocida para José, pero no tal vez para ella. El autobús aceleró con rapidez y todo se volvió ligero, la cara de susto de ella era percibida lentamente por la mirada de José, en tanto que él trató de aferrarse lo mas fuerte que pudo al asiento.
El autobús caía lentamente a un precipicio negro... el sudor frío recorrió el cuerpo de José...
Un sobresalto sobre su cama, una gota de sudor recorrió su frente hasta la almohada siendo absorbida por su tela.
—Dios mío... —exclamó, pensó y volvió a cerrar los ojos con inquietud.
Al día siguiente, José no apareció en ningún momento en el bar. Sus amigos lo notaron y no era común en él, a menos de que no estuviera en la ciudad, pero eso pasaba una vez o dos al año y sin que ellos no se enteraran.
El día había estado nublado, seco y sin mucho movimiento en el centro de la ciudad. Un día para quedarse en casa y dormir para olvidarlo todo...
...pero José no lo hacía durmiendo.
Era Zurdok lo que escuchaba a la orilla de su cama; le llegaba a la mente el pasado sueño y lo tanto que esperaba fuera real. El disco terminó las doce tracks y se levantó para retirarlo y acomodarlo en su caja.
Salió de su casa con rumbo al bar, por supuesto.
Los escalones se habían vuelto muy pesados al subir y su cabeza aun daba vueltas de la noche anterior.
—Pensábamos que habías muerto —dijo Martín para llamar su atención y saludarlo.
—No, aun no —que fastidioso, pensó—, fui a una fiesta.
—¿Sin nosotros? —se quejó Corrado.
—Neta, José, ¿desde cuándo sin nosotros?
—Olvídenlo, ya discúlpenme.
Tomó asiento y no pidió nada mas que algo de botana.
—Te noto raro —le dijo Corrado— ¿fumaste algo?
—Pues si, para que mentirles.
—No mames, pendejo. Eso si que no te lo perdono —le reclamó Martín dejando su pequeño baso de vino tinto en la mesa.
—Me vale madre, wey. Ustedes como saben lo que me pasa como para que yo llegue a eso.
—¿...? —Corrado y Martín no respondieron nada. El primero de ellos tomó de su bebida y dijo después.
—¿Qué puede ser tan grave en la vida del señor José Benítez?
—Necesito una mujer.
—¿Estas bromeando de nuevo?
—Mmm, no.
No hubo mas preguntas, Martín cambió de tema y continuó la noche un poco nublada, aun así dentro del bar, sus mentes se nublaban también.
Corrado le dio aventón aquella noche al confundido José. Frente a su casa, el bocho estacionado; los dos amigos viendo el resto de la calle frente al parabrisas sucio. José bajó del carro, le agradeció a Corrado y con sus llaves en mano abrió el portón de su casa y entró.
El centro estaba lleno de gente ese día, había decidido leer en una de las bancas de plaza Fundadores, pero el murmullo de la gente no le dejaba concentrarse en La Manipulación, de Fernández Sastre. A su derecha veía a lo lejos una pareja en otra banca, el hombre recostado en las piernas de ella mientras esta misma le acariciaba el cabello. Su cabeza se empezó a llenar de ideas sobre las parejas, sobre las mujeres, sobre su deseo de entablar una relación con alguien.
Volteó a mirar las fuentes laterales del escenario de aquella plaza y de reojo observó que una chica se había sentado a su derecha sin que se diera cuenta. Él la miró extrañado.
—Oh, disculpa, ¿esta ocupado este asiento? —ella se levantó.
—No, no, no. Adelante, puedes sentarte.
—Gracias —volvió a tomar asiento—. Oye, ¿tu eres José?
—Si, ¿cómo sabes? ¿te conozco?
—No, no sé de donde, pero solo sé que eres tu José —sonreía simpáticamente, una sonrisa pegajosa que no te hace quitar la vista de aquella dentadura perfecta.
—Bueno, y cuál es tu nombre —José volteó el cuerpo hacia ella.
—Me llamo Judith.
Platicaron lo necesario aquel día como para conocerse perfectamente. Y una vez mas José había faltado al bar con sus amigos. Ella era delgada, tez blanca, ojos rasgados y cabello un poco por debajo de los hombros; su nariz le parecía pequeña pero finalmente bien, y sus gustos por el vestido no eran buenos: pantalones guangos, blusas pequeñas que siempre tapaba con una chaqueta café, pequeña y de raro estilo. No era la mujer que había soñado días antes, no era perfecta, pero era tal vez alguien que podía andar con alguien como el estilo de José, con sus fachas y sus ideas descarriadas en sus cuentos cortos.
Desde ese día no se volvieron a dejar de ver ni un solo día. Él dejó el cigarro —algo difícil— y sus reuniones con sus amigos en el Recco Becco y aquello que le distraía para ver a Judith.
De hecho no había vuelto a pensar como lo hacia antes, recargado en el marco de la ventana viendo las estrellas y cavilando como era común, o creando una nueva historia, o reflexionando sobre el libro de ese momento, pero eso ya no sucedía mas desde la primera vez que paso por su mente la imagen de Judith, pensaba en ella todo el día, de hecho estaba con ella todo el día. No pasaba noche sin que pensara en ella, foto que no mirara de ella, y no olvidaba cada centímetro de su piel, y las llamadas eran sólo para ella, aunque nunca usaba el teléfono.
Ella le hablaba de lo que era el amor, de lo que significaba para ella en un completo sentido personal respecto de las demás personas. Lo que era querer a una persona por lo que es y no por como se ve físicamente, por los sentimientos que se comparten y no por la simple costumbre de estar viendo a alguien. Pero José nunca la escuchaba del todo, él seguía obsesionado con ella y con la creencia de que no podía creer que Judith se hubiera fijado en él. En compartir tantas cosas en común, salir a caminar, pensar de la misma manera, pero había algo que no llenaba esa perfección en ella, pero mientras estuviera con él, eso no le importaba.
Una de las veces en que conversaban, por fin José le preguntó sobre su familia, pero ella evitaba esa pregunta con una broma o un cambio de tema que él no podía evitar continuar. Nunca llegó a ir a su casa y ella nunca quiso ir a la de él, a pesar de que José quería presentarla con sus padres, pero a ella le gustaba mas estar solos, platicar en lugares fuera de la gente que conocían, y mas cuando eran conocidos de José, pues cuando lo saludaban en la calle estando con ella, lo miraban extrañamente. El nunca pensó si era por que por fin lo vieron con una chica o por alguna otra razón, y también algo que notó fue que a ella nunca la volteaban a ver. ¿Creerán que soy celoso?, pensó.
—José, mañana no puedo verte —le dijo Judith.
—Pero ¿por qué? Quiero verte —le contestó triste.
—Ya nos hemos visto demasiado —cinco meses in interrumpidos—, quiero tiempo para mi.
—Bueno, si eso deseas. ¿Pero puedo verte en la noche? —él tomó sus manos frías.
—No, José, ni por la noche.
—Oh, debo soportarlo.
—José, creo que estas simplemente obsesionado conmigo. No me has dejado de ver y esto se esta volviendo monótono —lo miró a los ojos.
—Yo no lo creo así...
—Pues yo si. José, piénsalo, en este tiempo juntos jamás me has dicho que me quieres a pesar de que yo lo hago diario, o ¿aun no puedes soportar la idea de que sales conmigo y que te estés trastornando como todos tus amigos con sus novias? No puedes evitar el amor, es lo que mueve al mundo, lo que inspira al poeta, lo que inspira a los cantantes, a los novelistas y a mucha gente a tu alrededor. Creo que si lo tuyo no es querer, es simplemente una costumbre.
José no respondió. Ella tenia razón, aun no lo podía aceptar y había estado sintiendo el cambio de personalidad al ser mas atento con las personas que muy apenas se le habían acercado mientras no estaba con Judith, había dejado a sus amigos y sus lecturas y cuentos raros. Estaba empezando a pensar como cualquier persona. Sus sentimientos estaban confundidos, pero a ella no le podía decir que la quería, porque no le nacía decirlo de corazón.
—Me voy —se levantó de la banca en la cual la había conocido José hacia cinco meses.
Entró en el callejón que llevaba a la siguiente plaza y dio vuelta a la derecha. Esa misma calle daba al Recco Becco. José corrió para alcanzarla y pedirle disculpas, pero al dar él la vuelta, ya no la vio mas.
¿Todo había sido una ilusión de mi cabeza?, se preguntó.
Le fue difícil cambiar tan rápido sus actividades, volver con sus amigos abandonados y no hacer nada mas en todo el día que dormir, leer y pensar en entrar nuevamente a su antigua carrera en la universidad.
La terraza del Recco Becco se había vuelto su lugar principal dentro del bar —o fuera del bar— y su vista se fijaba siempre frente a la fachada del Palacio Municipal, donde había desaparecido Judith aquel día. Era en vano, pues sabia que no volvería a verla, pero cuando se daba cuenta de que ya no aparecería ahí, pensaba en como fue tener una pareja y que sentimientos hay que cuidar para no caer en lo mismo.
Pero entonces, ¿todo fue parte de su mente? Pues así podía volver a empezar, pensó.
Guillermo Reyes y Reyes
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