La infancia de María transcurrió de la Iglesia a la casa y viceversa, no se relacionaba con niños de su edad, crecía en un mundo de ignorancia absoluta, por que su abuela no sabía ni leer, nunca fue a la escuela y los rezos los sabía de memoria de tanta misa que había escuchado.
A los cinco años María hacia tantas preguntas, que la abuela ya no podía contestar. A sugerencia del párroco decidió que era hora de mandarla a estudiar, fue a inscribirla en la escuela pública pero salió horrorizada, no enseñaban religión, que lugar de pecado era ese, le comentaba al párroco desesperada.
Como era una de las feligreses más devotas (y además muy pobre), el párroco consiguió que las Hermanas de la Caridad (que era de lo que más carecían) recibieran a María en el internado para señoritas que tenían el las afueras de la ciudad.
Ahí María conoció otro mundo, del cual ni siquiera se imaginaba que existía. Sufrió la discriminación por ser pobre, pero eso sucedió los primeros años, descubrió que tenía un temperamento fuerte, aprendió a sobrevivir entre las alimañas, aprendiendo a ser una de ellas.
Con el paso de los años se convirtió en una joven con una figura que desconcertaba para su edad. La adolescencia la convirtió en una chica ambiciosa y egoísta, aprendió a manipular a su abuela a su antojo, ya no iba a casa como antes, siempre tenía una excusa, que iba ayudar a las Hermanitas a llevar comida y ropa a los necesitados, o que cuidaría alguna compañera enferma, en fin lo que fuera con tal de no volver a la pobreza donde había nacido... |